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Entusiasmos XVII (Clinamen)


VIDRIERA EN PREPARACIÓN

Si ves esta advertencia, es que el ensayo aún está en construcción. Yo esperaría a que no esté este cartel.



1. Zambullida y pequeña turbulencia

   Hoy es el día de la revisita anual al epígrafe de Zambullidas. Kafka metaforiza a «el hombre» como «una ciénaga infinita» y a sus ataques de entusiasmo como la zambullida de una rana en la ciénaga y la turbulencia que causa, que es pequeña y dura poco. Lo que la zambullida tiene de excepcional e intensa –representa un ataque– lo tiene de breve la «pequeña turbulencia» que produce.
   Quiso el azar que me topara con una vuelta de tuerca a la pequeña turbulencia kafkiana en un video sobre la física de Epicuro, y con el mismo dibujo de una zambullida en un video sobre la ética de Epicuro (dos programas de radio con imagen fija subidos a Youtube, en realidad). Sin querer queriendo, retomo con un caso específico el tema de “Entusiasmos III (La forma de una zambullida)”.
   La física y la ética epicúreas aspiran a estar tan interconectadas como lo están la zambullida (acción) y la pequeña turbulencia (efecto), fases Alfa y Omega de una interacción ra­na~ciénaga. La primera es «pequeña», la segunda es «infinita»: desde Goliat y Jehová que no interactuaban potencias tan dispares.

2. Pequeña turbulencia y física epicúrea

   En el primer video, el tertuliano Bruno presenta en un programa de Valencia Radio “un libro maldito”: De la naturaleza de las cosas, el largo poema “didáctico” y “científico” en el que Lucrecio, epicúreo romano del siglo I a.C., expone esa física y esa ética y el vínculo que tienen. En el fragmento seleccionado, el tema es la física de Epicuro, Lucrecio mediante y con la herencia de Demócrito:


Recorte de un video de Trabalibros (de 3:36 a 6:10)

   A falta de un físico de mecánica de fluidos en la sala, estrené ChatGPT 5 trasladándole como pregunta la insinuación de Bruno en el final del recorte. Como es, en parte, un desvío del tema del ensayo, pongo su respuesta debajo de la alfombra.



   Consideremos dos cuestiones. La primera: ¿cuál y cómo es la composición de las cosas? La segunda: ¿a cuántos y cuáles seres les cabe la respuesta que se da? (En una respuesta materialista, les cabe a todos los seres; en una respuesta metafísica, no a todos, porque los hay inmateriales, por fuera de la física, en otro plano, etc.)
   Sobre la primera cuestión, quiso también el azar que la rana se colase en un video donde Ana Minecan explica cómo se compone la materia según Empédocles, precursor del atomismo de Demócrito:


Ana Minecan, “Empédocles y los 4 elementos” (12:54 a 14:44)

   Sobre la segunda cuestión, tanto Empédocles como Demócrito (y con él Epicuro y con ellos Lucrecio) niegan que almas y dioses sean ajenos a las mezclas de elementos o a los ensambles de átomos. Fuera de la perspectiva atomista, un alma hecha de átomos se ve como un sincretismo de metafísica y materialismo. Pero desde la perspectiva atomista, donde sólo hay átomos y vacío (el ser y la nada), si el alma, que no es un átomo, no es una agrupación de átomos, entonces no es nada, no existe: es vacío, no ser. Lo mismo vale para los dioses. Ergo, negarles materialidad a alma y dioses es negarles existencia, manga de impíos.
   Los metafísicos aludidos contestan que no son impíos, sino 3ª posición: ni vacío ni átomos: espíritu, alma, un ente inmaterial. Y agregan que ellos son los que tienen el poder de imponer su definición de lo que es y no es impío, al menos desde el destierro de Anaxágoras (antecedente que pudo haber llevado a Demócrito a inventarse un maestro Leucipo al que atribuirle las impiedades que andaba enseñando). Lo agregado es constatable, y creo que innegable. Pero lo contestado en primer lugar postula algo tan indemostrable como irrefutable.
   Además, en la historia la alternativa se dio a la inversa. El atomismo de Demócrito y de Leucipo (si existió), surgido en el tramo final de la saga de los filósofos presocráticos, ofrece la primera maqueta totalmente materialista y mecanicista de la realidad / naturaleza / mundo. Los átomos se mueven por el vacío (los únicos dos materiales de construcción de la maqueta) no porque los anime una fuerza interior, como un espíritu / alma, ni porque los mueva desde arriba un dios titiritero o guionista; el atomismo prescinde de esas hipótesis.* Los átomos se mueven porque caen por su propio peso, algo que en el vacío se hace en línea recta, en principio sin desvíos.
*  El “libro maldito” de Lucrecio estuvo a punto de perderse para siempre. Sobrevivió a la persecución milenaria de olímpicos, socráticos, platónicos y cristianos, metafísicos para quienes esa batalla era existencial. Pero al menos una copia llegó al siglo XV y fue encontrada y copiada apenas unos 20 años antes de la imprenta de Gutenberg, que vino a aumentar considerablemente la dificultad de eliminar un libro. Como el materialismo de la obra rescatada influyó en la ciencia del Renacimiento y la Modernidad, a principios del siglo XIX Laplace pudo responderle a Napoleón, que le había preguntado dónde estaba Dios en su mecánica celeste, “Prescindo de esa hipótesis” (o algo así).
   Recapitulemos. Empédocles con sus cuatro elementos y Demócrito con sus infinitos átomos, seguido por Epicuro y por Lucrecio, tienen la misma estrategia: en lugar de negarles a los metafísicos la existencia de almas y dioses, les niegan que existan más allá del mundo material, en vez de más acá. Para la física de Epicuro, que también sean entidades materiales significa que también están 'encerradas' en esa interacción eterna entre átomos infinitos en número y vacío infinito en extensión, sin nada afuera ni más allá (dominios del no ser).

2.1 El clinamen...

   La pequeña turbulencia de Kafka es una consecuencia insignificante de la zambullida de la rana en la ciénaga infinita. En cambio, esa “especie de pequeña turbulencia”, que Lucrecio traduce del griego como clinamen (desviación), es tan significativa que hace posible que los átomos se agrupen entre sí y formen estructuras, cuerpos compuestos, o sea, las cosas mismas, ranas y ciénagas incluidas.
   La «pequeña desviación» de un átomo que viene cayendo
    por su propio peso,
      a través del vacío,
        rectilíneo y paralelo a los demás,
          y todos a la misma velocidad,
es «espontánea e impredecible», como dice ChatGPT desde abajo de la alfombra. Ninguna ley prevé ni explica esa mínima desviación random que termina creando infinitos mundos; su ocurrencia es espacial y temporalmente indeterminable. Sin ella, los átomos no se cruzarían, ni para rechazarse ni para agruparse; caerían perpetuamente paralelos, y en todo caso recién se tocarían en el infinito.
   Repito: a los átomos los salva de este destino de lluvia perpetua el desvío mínimo de sus trayectorias. En su tesis doctoral, Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y en Epicuro (Editorial Ayuso, Madrid), Karl Marx lo resume y evalúa así:
   «Lucrecio dice con razón que si los átomos no se desviaran, no habría rechazo ni mezcla entre ellos y el mundo jamás se hubiera formado.»
   Notemos que la condición de posibilidad del mundo es un evento ínfimo y azaroso, que no pertenece a la física que él mismo hace posible (gracias a que «rompe la perfecta paralelidad», vuelve a acotar ChatGPT). Por esa no pertenencia, el clinamen es un «concepto metafísico», como la IA dice con razón. Y ya que está más allá de su física, podríamos divagar que es un concepto autometafísico.

2.2 ...tiene razones que la razón no comprende

   Lucrecio no demuestra ni la posibilidad ni la realidad del clinamen; argumenta su necesidad, de la que deduce que es un hecho, que es como lo presenta entre los versos 216 y 220 (pág. 253 de la edición bilingüe de Editorial Las cuarenta, impresa «en el año de la Peste» en la ciudad de la furia, con traducción y notas de Liliana Pégolo y equipo):
«Deseo vivamente que también conozcas, entre otras co­sas,
que, cuando los corpúsculos son llevados en línea recta hacia abajo
a través del vacío por sus propios pesos, se desvían un poco, en un tiempo
indeterminado, por lo común, y en lugares no determinados del espacio,
tanto que podrías decir que se transformó su movimiento.»
   ¿Cuánto es «un poco»? ¿Cuánto se desvían los átomos? Lo suficiente como para decir que su caída pasó de vertical a oblicua, responde Lucrecio en el verso 220 que cierra la cita. Y lo responde de nuevo en los versos 244 y 245: se desvían «no más de lo mínimo, para que no parezca que imaginamos movimientos oblicuos y la realidad verdadera lo refute». Con estas dos finalidades, no parece una descripción de cómo es el desvío, sino una receta de cómo debe ser si queremos evitar una sospecha y una refutación.
   En vez de acercarle pruebas al desvío, Lucrecio lo aleja de ellas. Como buen artículo de fe, el clinamen se sustrae a toda verificación: es espontáneo, es incausado, es mínimo, es aleatorio, y tiene su cuándo y su dónde indeterminables. Es decir, andá a chequearlo a la concha de la lora.
   Pero esto no significa que Lucrecio renuncie a la persuasión, o más bien a la disuasión al rechazo de ese evento inexplicable. Se la confía a un contrafáctico en el que nunca nada llegó a ser algo: nos salvamos de esto gracias a que los átomos pueden y suelen desviarse / declinar. Entre 221 y 224, Lucrecio dice de ellos lo que Marx resumió y aprobó cinco párrafos arriba:
«Pero si no estuvieran acostumbrados a declinar, todos ellos hacia abajo,
como las gotas de lluvia, caerían a través del vacío profundo,
y no hubiera nacido el choque ni hubiera sido creado el golpe
para los primeros elementos: así, la naturaleza no hubiera creado nunca nada,»
   Pero creó, y hay algo en lugar de nada. «Por esta razón, una y otra vez, es necesario que los corpúsculos se inclinen un poco» (243). Y lo es a pesar de que «puedes observar» que «los pesos [...] no pueden moverse en forma oblicua cuando se precipitan desde arriba» (versos 247 y 248).
   ¿Entonces? ¿El desvío es necesario o es imposible? ¿Cómo puede ser las dos cosas? Si lo único que mueve a los átomos es su peso y si la caída no tiene ninguna resistencia ni fuerza desviadora porque ocurre en el vacío, ¿por qué entonces se desvían?; ¿cómo transgreden la ley de la caída rectilínea de un peso muerto? No hay respuestas. Se nos dice que el desvío imposible ocurre, no cómo ni por qué.
   También se nos dice que sin ese desvío rompeparalelas los átomos no se habrían asociado y los infinitos mundos no se habrían formado. En rigor, sin ese desvío o sin algún otro modo de agrupar átomos, por lo que puede ser útil pero no necesario, por no ser el único modo. En el final de este «pasaje no resuelto por la tradición textual» (según nos advierten los editores en la nota al pie 77), Lucrecio invierte la carga de la prueba con una pregunta retórica (versos 249 y 250):
«pero que nada en absoluto se desvíe de la dirección [rec­ta]
del camino, ¿quién es el que podría observar eso mismo?»
   Si queremos sumar un conocimiento, lo que vale es que alguien observe alguna vez un desvío de un átomo en caída libre, no que nadie pueda observar todas las caídas para dar fe de que ninguna se desvía.
    ─Mientras no me lo puedas refutar, lo que digo puede ser cierto.
    ~No soy yo (quien tiene que demostrar que no hay desvío), sos vos (quien tiene que demostrar que sí hay). Vos tenés la carga de la prueba.
   En el mejor de los casos, la pregunta retórica de Lucrecio mantiene el desvío como una posibilidad aún no descartada; pero de ningún modo lo promueve a dato de la realidad: no es un sé que ocurre un desvío, es un elijo creer que ocurre porque me gustan sus consecuencias e implicaciones y porque creo que no hay otra explicación.
   El desvío no debería ser posible ni, por lo tanto, real (porque nada lo justifica y algo insoslayable lo imposibilita: la ley de la caída rectilínea por el vacío); pero es necesario –dice Lucrecio y Marx le da la razón–, o al menos útil –concedo– para explicar cómo surgieron los seres compuestos. Para convencernos del clinamen, Lucrecio toma el camino de una necesariedad que cree absoluta y es relativa a una teoría e inexistente fuera de ella.
   Tal vez ese desvío ni siquiera sea necesario para lo que es útil, a saber: para romper con el determinismo de Demócrito y agregarle a su atomismo el azar de un movimiento oblicuo que garantice la ruptura de la paralelidad del primer movimiento, la caída recta, y que posibilite así los tejidos de átomos llamados seres compuestos. Tal vez haya explicaciones sobre cómo llegaron a entretejerse que no necesiten ningún desvío porque no parten de ninguna lluvia fatalista de átomos paralelos. Si la explicación con clinamen es una entre otras posibles, no es necesaria; si es la única posible, sí.
   Sea un invento o un hallazgo, el clinamen tiene la forma de «una pequeña turbulencia» kafkiana, aunque no su función ni su razón de ser. Ese dibujo es lo que importa en este ensayo, por lo que bien podría no haber tratado acá la cuestión de si el clinamen está flojo de papeles o no. Pero hacer eso habría sido dejar afuera algo que sí le importa a la red de ensayos, la cumpleañera Zambullidas, donde otros nodos ya hablan de esos temas (como acá, acá o acá). Cumplida la cuota societaria, este ensayo vuelve a los suyos.

2.3 Pequeña turbulencia y clinamen

   Para Demócrito, Epicuro y Lucrecio, los átomos son eternos hacia el pasado y hacia el futuro; no tuvieron un inicio y no tendrán un final. Pero nada dicen si las agrupaciones de átomos tienen la misma edad o si empezaron luego de eones de lluvia paralela, con un primer clinamen, andá a saber dónde y cuándo.
   Si fue así, después de eso nada fue igual en el vacío infinito: el desvío terminó causando cruces y surgieron cuerpos compuestos e infinitos mundos. Después de la pequeña turbulencia, causada por la zambullida solitaria, todo volvió a ser igual en la ciénaga infinita. El “episodio sin consecuencias” ocurre «a veces» y «en un punto no determinado de esa ciénaga», similar a como ocurre «la exigua declinación de los primeros elementos en una región indeterminada del lugar y en un tiempo no preciso» (versos 292 y 293).
   Pero más allá de causar o ser causada, tal vez no sean tan distintas las situaciones de una y otra turbulencia; tal vez las muy distintas son sus escalas. A escala humana, las agrupaciones de átomos posibilitadas por el clinamen pueden y suelen durar más que la «pequeña turbulencia» producida por «una rana que se zambulle». Sin ir más lejos, rana y ciénaga son agrupaciones de átomos que prexisten y que subsisten a la turbulencia de la zambullida.
   Lo que no pueden las agrupaciones de átomos es ser eternas, como sí pueden y deben ser los átomos. Los de la rana, cuando se muera, irán a integrar otra agrupación, que eventualmente también se desintegrará; y lo mismo que le pasa a un ser compuesto como vos, yo o la rana, le pasa a cada uno de los infinitos mundos que puede haber.

   Si el conjunto infinito de mundos tuviera la memoria de Ireneo Funes y su locuacidad, nos podría contar la historia de cada átomo por las agrupaciones en las que estuvo.

   A escala de este reciclaje cósmico, la vida de Matusalén en el planeta fue apenas menos limitada y efímera que ese rastro de rana en la ciénaga infinita. En la “Carta a Heródoto”, Epicuro escribe:

«...es preciso pensar que los mundos y todo ser compuesto y limitado, provistos de una estrecha semejanza formal con las cosas observadas a simple vista, se han originado a partir del infinito, tras haberse desprendido todos esos seres citados, tanto los mayores como los más pequeños, de sus propias concentraciones, y pensar asimismo que se disuelven de nuevo, unos con más rapidez y otros con más lentitud, experimentando este proceso unos por unas causas y otros por otras.»

   Todos los seres compuestos se disuelven, cada cual a su ritmo y con sus causas, en los seres simples –los átomos– que los forman. Y ahí se corta la cadena: los átomos no se disuelven en nada
    porque son indivisibles,
      porque no tienen en qué –transformarse al– disolverse: después de ellos está el vacío, y el paso del ser al no ser es tan imposible como el inverso (nada se pierde, todo se transforma; nada se crea de la nada: no nacés, tus átomos se mezclan; no morís, tus átomos se separan, como decía Empédocles de sus 4 elementos),
        y porque no tienen ninguna causa cuyo efecto sea el imposible de dividir lo indivisible y de pasar del ser a la nada.
   En su tesis doctoral, Marx escribe:
«Por eso afirma con razón Lucrecio que la desviación quiebra las fati foedera (los pactos del destino)... [...] También observa Cicerón y, según Plutarco, muchos autores antiguos, que la desviación del átomo acaece sin causa; y nada más humillante, dice Cicerón, puede sucederle a un físico. Pero, ante todo, una causa física, tal como la quiere Cicerón, empujaría la desviación de los átomos dentro del determinismo, del que ella debe precisamente liberarnos. Así, pues, el átomo no se ha completado del todo antes de haber sido colocado en la determinación por la desviación. Buscar la causa de esta determinación equivale entonces a inquirir la causa que convierte al átomo en principio, cuestión evidentemente despojada de sentido para quien el átomo es la causa de todo, pero él mismo carece de causa.»

2.4 La insoportable brevedad del show

   En el breve epígrafe hay una brevedad de la que recién este año me percato. La rana se zambulle, produce una pequeña turbulencia y desaparece... de la escena, no del mundo. Ocurre el clavado y permanecemos mirando la ciénaga menos tiempo que el que tarda en reaparecer la rana; de hecho, ni bien desaparece dejamos de mirar (me la imagino emergiendo, no viendo las cámaras y preguntándose a dónde se fueron todos). Es dato, no queja. El narrador tiene derecho a poner el foco en la zambullida, no en la zambullista.
   Por breve que se la quiera mostrar a la pequeña turbulencia, la zambullida fue más breve. En un mundo con nuestra física, al menos. Porque en un mundo donde los efectos durasen tanto como las acciones que los producen, turbulencia y zambullida durarían lo mismo, como le pasa a los signos que trazamos con un dedo en la superficie del agua. De un mundo así vimos cómo un ladrillo permanece en la pared el tiempo que llevó colocarlo (y en la existencia, el tiempo que llevó hacerlo).

3. Zambullida y ética epicúrea

   Es el turno de la ética de Epicuro y la zambullida kafkiana. El dibujo que hace el ataque de entusiasmo es igual al que hace, según Gustavo Santiago, el placer epicúreo, que tiene más pinta de alivio intenso que de placer:


Fragmento de la carta a Meneceo + El innombrable

   O, en todo caso, un alivio puede ser intenso y placentero, más cuanto menos frecuente y más necesitado sea. Donde hay una necesidad, nace un placer, parece decir el compañero Epicuro.
   Habitamos la frugalidad, visitamos los placeres. Eso significa que cuando la visita termina –una vez agotada la novedad–, volvemos a la frugalidad como la lisitud vuelve a la ciénaga infinita después de la pequeña turbulencia.

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