Entusiasmos VII (Adversaciones)



Hoy le toca de nuevo a la cita de Kafka que hace de epígrafe de Zambullidas.

El “pero” anuncia la frustración de una expectativa. Por ejemplo: “La pelota pegó contra la ventana pero el vidrio no se rompió” (cuando lo esperable era que se rompiera). Si el hecho y su no consecuencia intercambian posiciones a un lado y otro del “pero”, el efecto omitido es inhibido de funcionar como indicio de que no hubo pelotazo: “El vidrio no se rompió, pero la pelota pegó en la ventana” (cuando lo esperable, dado que no hubo rotura, era que la pelota no hubiera pegado en la ventana, sino en otra parte).
En un caso se afirma la activación de la causa (hubo pelotazo...) y se concede la no activación de la consecuencia (...aunque no hubo rotura); en el otro, al revés: se afirma la no activación de la consecuencia (no hubo rotura...) y se concede la activación de la causa (...aunque hubo pelotazo). La primera es una frustración predictiva: se falla en ir de esa causa a esa consecuencia. La segunda es una frustración indiciaria: se falla en ir de la ausencia de esa consecuencia a la ausencia de esa causa. Una fase antes, ambas están diciendo lo mismo: “Una cosa no lleva a la otra, como sería de esperar”.

En otros casos, el intercambio de posiciones en relación al “pero” produce otras diferencias. Según qué expectativa se me haya frustrado, diré “X es bueno pero es tonto” o “X es tonto pero es bueno”. En el primer caso, espero que todo siga bien (“X es bueno...”), pero no (“...pero es tonto”). En el segundo, la expectativa es que la cosa empeore (“X es tonto...”), pero mejora (“...pero es bueno”).
A este segundo caso se parece el del «pero» del epígrafe kafkiano. La dirección que tiene es más optimista que la otra. Explicito: “El hombre es una ciénaga infinita, pero a veces lo ataca el entusiasmo” es más optimista que “Al hombre a veces lo ataca el entusiasmo, pero es una ciénaga infinita”. La primera opción remonta; la segunda declina. Kafka pone el sentido de la segunda en el movimiento de la primera. Tal vez porque la desilusión es más catastrófica que la inercia de la mera apatía. O tal vez porque ese sentido habría lucido sobrecargado en esa declinación.
Como sea, es la descripción metafórica de ese ataque de entusiasmo la que desequilibra a favor del sentido de la segunda opción, mientras se transita la primera. (De todos modos, ya es un anticipo de eso el hecho de que el entusiasmo venga en ataques y no en rachas o en épocas, por ejemplo; a esa brevedad temporal la acompañará la pequeñez territorial de sus efectos y rastros, aportada por la comparación.) Eso bueno que no se esperaba que sucediera en la ciénaga infinita, el ataque de entusiasmo, termina siendo rápidamente un “episodio sin consecuencias” (o de consecuencias efímeras de alcance reducido): una pequeña turbulencia que desaparece apenas después que la rana.

El término ataque hace breve la experiencia que el término entusiasmo hace intensa. Lamentar la brevedad en lugar de celebrar la intensidad hace que Kafka esté viendo el vaso medio vacío en lugar del vaso medio lleno o de ambas mitades. Un entusiasmado lo haría al revés; sabría que para un entusiasmo perder la intensidad es perder la duración, dejar de ser, y no perdería la oportunidad de celebrarla.

Goliat se estrelló contra la inmensidad Jehová creyendo ser la inmensidad contra la que se estrellaría David. En Kafka no hay milagro o ayuda y un pellizco a un elefante es un pellizco a un elefante: la zambullida tamaño rana se inmola contra la ciénaga infinita como David se habría inmolado contra Goliat si Jehová no lo hubiera asistido. (Insisto: la asistencia escala la desproporción un nivel más y es el gigante Goliat quien termina inmolado contra el todopoderoso Jehová, que estaba escondido detrás del pequeño David.)

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