Negatividades (Diálogo III)



De un intercambio de mails con A:

        «La penumbra preguntó a la sombra: “Hace un momento su Merced andaba, ahora se detiene; hace un momento se sentaba, ahora se levanta. ¿Por qué no se contiene?” La sombra le contestó: “¿Yo no obro así en dependencia de otro? ¿Aquél de quien yo dependo, no obra también, como yo, en dependencia de otro? ¿No dependo yo como la serpiente de sus anillos y la cigarra de sus alas? ¿Cómo sé yo por qué es así o por qué no es así?”»
        Comienzo del parágrafo 13 del Capítulo 2, “Identidad de los seres”, Libro Primero, de Chuang-Tzu: Monte Ávila Editores, Caracas, 1993, p. 22; traducción de Carmelo Elorduy S. J.

11 de diciembre de 2002

A: –Hola, Z. Ayer vi una foto de un Z y pensé en usted. Y anteayer vi la misma foto del mismo Z y pensé en usted. Y lo mismo me sucedió el día anterior con el mismo Z y la misma foto. Y hace meses todos los días la misma foto del mismo Z me recuerdan a usted. Está en un calendario, colgada de la puerta de la cocina. Pero ya la eché al cesto con la esperanza de que ya nada aquí me hiciese acordar a usted. No hay más Zs, pensé, y por las dudas tiré también varios libros sobre temas medievales que contenían la palabra “Z”, y hasta el diccionario, donde a la palabra “Z” sigue una foto suya. Así pensé estar a salvo. Pero las cosas han sucedido de modo diferente, ya que desde hoy he descubierto muchas otras cosas que, por motivos inexplicables, me recuerdan también a usted: el edredón de mi cama, la mesita que sostiene el teléfono, una de las bombitas de la luz de la araña del comedor, la esquina superior izquierda del marco de la puerta de mi dormitorio. Como comprenderá, me deshice de todas esas cosas, pero luego su ausencia también me recordó a usted, ¡¡¡y no podía deshacerme de la ausencia del edredón o de la puerta!!!
Ahí tiene usted un buen principio para uno de sus ensayos. Cómo deshacerse de la ausencia de algo. Ya me dirá cómo lo desarrolla.


30 de diciembre de 2002

Z: –Cuando usted da con un callejón sin salida, como el que puede ser la pregunta “¿Cómo deshacerse de la ausencia de algo?”, lo mejor es salirse de él, tomar una perspectiva externa que le permita abarcar, como un todo, el callejón sin salida, convertirlo de espacio en objeto (de un espacio mayor). De eso trabaja, creo yo, la pregunta “¿Por qué no es posible deshacerse de la ausencia de algo?”. No se puede hacer con una negatividad lo mismo que se puede hacer con una entidad positiva; por ejemplo: deshacerse de ella. La razón: la negatividad es puro efecto. Usted no puede, por caso, obrar un margen; usted escribe en una hoja sin saturar los renglones y como efecto se hace un margen. Vale decir: se conviene en llamar “margen” a los restos laterales de la hoja que quedaron en blanco (señalizar los límites del espacio escribible no es hacer un margen; es diagramar la distribución territorial de uno y otro sector de la hoja). Usted no acumula queso alrededor de agujeros para hacer un gruyere: usted genera oquedades en la materia (si no, cabría preguntarse, como hizo un oyente de un programa de radio: “Dolina, ¿adónde van los agujeros cuando uno se come todo el queso gruyere?”). Dejo para el final el caso que juzgo más interesante. Los sofistas chinos que irritaban a Chuang-Tzu (cf. el parágrafo 9 del capítulo 33 “El mundo”, Libro Tercero, de Chuang-Tzu: Monte Ávila Editores, Caracas, 1993; traducción de Carmelo Elorduy S. J.) decían, entre otras cosas: “La sombra de un ave en vuelo no se mueve”. ¿Qué lógica tiene esto, A? No sé, pero déjeme imaginarle esta: la atribución de un movimiento es dable a aquello que se mueve por sí mismo o a aquello que es movido (o que es hecho mover) por otro. Se trata de requisitos que puede cumplir una entidad positiva (Drácula, una mesa, un auto), no una negativa (salvo que la positivicemos, por ejemplo animándola, dándole un grado de autonomía de movimiento superior a cero: tal es el caso de la emancipada y movediza sombra de Drácula). Una sombra suya, A, ni se mueve sola ni es movida por usted, como fue el caso de todo eso que usted movió hasta la basura para olvidarme. Luego, no se mueve; estrictamente, no se mueve, como no lo hace su reflejo en el espejo del botiquín del baño mientras usted desparrama ahí sus monerías matutinas. Eso no significa que aquella sombra y este reflejo estén quietos, no. Significa que no se les puede atribuir el movimiento ni por acción ni por pasión, que son las únicas dos formas de atribución lícitas en el universo de las entidades positivas. Significa que siguen el movimiento del suyo cuerpo, A: son tan dependientes de usted (y de los rayos de luz que usted interrumpe) para moverse (y aun para ser) como el margen lo es del texto para existir y el agujero lo es de la materia quesera para ser lo que es. Y esa dependencia ontológica es el rasgo crucial de las negatividades, si me permite el tono. Quítele a su sombra el juego entre una luz y su cuerpo y verá que no es nada, se lo juro. Deje quietos su cuerpo y la fuente lumínica y verá que solita no se mueve. Y esta falta de iniciativa se complementa con su insobornable falta de consistencia, que le hará a usted la vida imposible cuando quiera agarrar su sombra y moverla hasta abajo de la cama para tener más lugar en el colchón. Los márgenes, los agujeros, las sombras, los reflejos no están solos en el universo abstracto de los efectos puros; los acompañan las ausencias del edredón de su cama, de la mesita que sostenía su teléfono, de una de las bombitas de la luz de la araña de su comedor y de la esquina superior izquierda del marco de la puerta de su dormitorio, entre muchas otras ausencias –todas–, donde también está la mía (sólo para recordarle que las hay más dolorosas –todas las demás–).
Si esos objetos de los que se deshizo le siguen recordando a mí, es que sólo físicamente están ausentes. Mi consejo: sacrifique de su memoria las ideas de las que participan, hágalos pasar de la ausencia particular a la inexistencia general, liquide a sus respectivas especies; obre con las cosas como Herodes con los niños: olvídese que existen los edredones para olvidar que la percepción o el recuerdo de uno de ellos le evoca mi persona. Si mi imagen extiende su poder al resto de las cosas del mundo, bórrelas a todas, en la esperanza de que entre ellas se encuentre mi imagen. ¿O su triunfo no vale un mero mundo? No tema: como ejecutor de esa aniquilación, se verá usted libre de sus efectos. Pero si, aun siendo usted el demiurgo solitario de un universo arrasado, donde no hay lugar para dos, todavía me sigue evocando, la lógica y la aritmética nos empujan a una conclusión inexorable, A: los dos somos uno, el único habitante posible de ese mundo despoblado a fuerza de olvidos; yo, el perseguidor, soy usted, el perseguido; soy el alter ego que usted desplegó para consumar la proeza de concentrar en su persona la esquizofrenia y la paranoia. Si es así, don A, no dejaré de perseguirlo, como me corresponde, pero tampoco de felicitarlo.
Un fuerte abrazo.

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