Finalmente relajados




1.

Imaginemos una pila de objetos diferentes haciendo equilibrio. Ese equilibrio puede entenderse como una tensión lenta pero acumulativa, y a esa tensión como una resistencia sostenida a un cambio, una inercia tenaz. Como cualquier equilibrista, cuanto más dura más asombra. (En otro juego hay una regla que se dice igual pero significa diferente; si no registramos este último detalle, o si lo ignoramos para fingir el hallazgo de una paradoja –seria o graciosa–, nos envuelve la ilusión de que estamos ante un raro caso de misma regla, distinto juego.) Si se hubiera caído antes, o ni bien se acomodó el último acróbata, nos sorprendería menos, lo tomaríamos como algo retrospectivamente previsible: “¡Y... sí, tenía que caerse!” (con el diario del lunes, no es difícil renegar de toda contingencia y exagerar con la necesariedad).
Dure mucho o poco el equilibrio, la caída es el cambio que va de la acumulación a la liberación de tensión. Cuanto menos equilibrados estén los CD, libros y otros papeles de la pila, más rápido terminarán relajados en el piso, o sea, adquirirán otro estado de equilibrio, en el que podrían permanecer indefinidamente (prometo levantarlo después de terminar esto). Al revés, en su estado anterior de delicado equilibrio, al cambio de interacciones de fuerzas se lo esperaba más temprano que tarde. Última vez: la caída no es más que el episodio de un acceso al estado de un mayor y más estable equilibrio.

2.

Ese nuevo estado de equilibrio consiste en que la energía no está distribuida focalizadamente (dirigiendo más ahí donde más se necesita, como a un punto de apoyo o a uno de sostén, por ejemplo, como pasa en una pila), sino parejamente en todo el cuerpo del acróbata yacente (o al menos en toda su zona de contacto con el piso). Recuerdo mal un ejemplo de esa distribución ecuánime y generalizada, en otro estado de reposo. En un artículo de diario o de revista pegado en la cartelera de un flotario leí que en no sé dónde los flotarios (firmes evocadores de la flotación en las densas aguas del Mar Muerto) se usaban no recuerdo si como simuladores de o como aclimatadores para un entorno de gravedad cero, como parte del entrenamiento de unos astronautas (ésta era la palabra usada, creo estar seguro, pero bien podía ser una adaptación occidental de un original “cosmonautas” ya ruso).

3.

          «Tener sexo por dinero era un tema que se negaban a analizar porque su consuelo era que se trataba de algo temporal...»

          De una nota del diario Página/12

A una meseta similar debería llevar un suplicio no temporal: no habiendo un total entre el que distribuir nuestras fuerzas, presupuestarlas con alguna estrategia, la desorientación sobre cómo hacerlo que provocaría esa falta de un plazo terminaría haciendo que, luego de algunas pruebas, siempre apliquemos las mismas energías para resistir o tolerar el suplicio de proyección indefinida. Última vez: el problema sería que no podríamos saber en cuántas partes iguales dividir el total de energías que estimamos tener.
O es un jaque mate en n jugadas que el suplicio eterno le hace a un padeciente de energías no ilimitadas o es una reducción al absurdo de la posibilidad de esa victoria (o incluso de ese jugador).

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