Entusiasmos VI (Sensación de otredad)




1.

En una zambullida, la caída es el riesgo del que hay que salir airosos y la posibilidad de un goce adrenalínico de la que hay que salir gananciosos. En una zambullida importa llegar (airosos y gananciosos, en el mejor de los casos) a un destino que amenaza y promete. En cambio, en lo que metaforiza una zambullida importa salirse de sí (compatible con un sentirse pleno, lleno, repleto, desbordante, etc.), lo que sucede en cada entusiasmo. Cualquier enganche es un enganche con algo o alguien que nos intriga y genera avidez de seguir.
Lo que uno hace debe sacarlo de sí; ese hacer tiene que estar en función de alguien o de algo distinto de sí: eso es que tenga sentido lo que uno hace. El entusiasmo lo es de un sentido, o de algo que (y tal vez porque) tiene un sentido. El entusiasmo es la sensación apoteótica de un sentido pleno o intenso.
En las antípodas, la depresión lo es de una falta de sentido y sus consecuencias energéticas (una merma pronunciada o una insuficiencia crítica de motivación).
En las antípodas, la depresión hace perder esa avidez, y aun las meras ganas, porque perdemos la conexión y empatía, la curiosidad o el interés por algo (por hacer algo, por proyectar algo, por estar con alguien), algo que nos saque de nosotros y nuestro encierro, porque fuera de esa red de conexiones nos apagamos. A la intensidad máxima de conexión la llamamos entusiasmo; a la mínima, si es que no nula, apatía. (Y como es posible que asimilemos eso rápidamente a lo que somos, es probable que pronto necesitemos otra novedad, algo que vuelva a darnos la sensación de otredad.)

2.

El aburrimiento va del comienzo de la necesidad (o del deseo) de un cambio de inercia al cansancio por la demora en satisfacerla (o satisfacerlo). El aburrimiento es una recurrencia de estados de necesidad (ansiedad que también tienen un vicio o una adicción, pero en otras frecuencias). El aburrimiento es un encierro, un empantanamiento, una situación de la que urge salir –y estresa no lograrlo. El aburrido sufre (y entonces odia) permanecer, que es justo lo que el entusiasmado disfruta (y entonces ama).
El entusiasmado no quiere salir de donde está o quiere volver: o se aferra o extraña, como un chico que juega en la primera playa de su vida, resistiéndose a salir del mar o deseando volver.

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