Irrechasiszatible (Un duelo de esos)





“I, Mudd” (Star Trek, T2E12, 1967)

[...] Uhula desea tres poderes (empaquetados en uno), para vencer en tres duelos (el tercero puede ser doble): desea la inmortalidad (para vencer a la muerte) con juventud (para vencer al envejecimiento) y belleza (para vencer a la indiferencia y/o al rechazo). Uhula desea una plenitud imperecedera, inmarcesible, e irresistible y/o irrechazable.

De “Entusiasmos XV (El planeta de los deseos)”


1.

   En este nuevo desprendimiento del último ensayo aniversario, me disculpo por el título y empiezo hablando de ese «y/o» y lo que tiene a diestra y siniestra:
    «y» = Uhula usará su belleza para atraer y para conquistar, infalible y alternadamente;
    «o» = la usará sólo para atraer o sólo para conquistar, siempre infaliblemente.
   En el ritual de apareamiento heteronormativo, la feminidad de la fecha gregoriana 1967 y de la “fecha espacial” 4513.3 manda que una mujer atraiga y acepte o rechace; la masculinidad, que un varón encare y sea aceptado o rechazado.
       En el ritual de apareamiento de las ranas arborícolas, por un lado es al revés (el macho de canto más fuerte atrae, las hembras van a su conquista) y por otro lado es cuasi igual (hembras que están subiendo atraen –sin querer– a machos laterales que intentan interceptarlas para lograr aparearse).
         En la siguiente escena de La boda de mi mejor amigo (Paul John Hogan, 1997), esos tres roles tienen los géneros cambiados: Kimmy es el macho cantor que atrae; Michael es una hembra que persigue a Kimmy y es perseguida por Jules, que es un macho lateral. Michael, el perseguidor perseguido, es el enlace entre dos persecuciones:

2.

   Disponer de ambos poderes puede ser útil para variar, pero no es necesario para ser infalible formando pareja, porque los dos lo son. Disponer de un solo poder tendrá el mismo resultado, pero a uno de los dos habrá que tunearlo un poco. Comparémoslos.
   Ser irrechazable es serlo sólo cuando se lo necesita; se activa cuando deseás y querés conquistar a alguien; es un poder que te promete ser el cazador al que no se le escapa ninguna liebre, mejor que el mejor.
   Lo que ya trae el máximo poder de conquista, el de atracción necesita agregarlo. Si no lo hiciera, si fueras irrestrictamente irresistible, sin que lo controlaras, el número de personas que rechazarías subiría por el ascensor y el número de las que aceptarías subiría por la escalera –diría Perón. Y eso podría no hacerte feliz, o no del modo más óptimo.
   En cambio, si fueras selectivamente irresistible, si pudieras activar ese poder sólo cuando desearas y quisieras atraer a alguien, serías tan feliz y eficaz como siendo irrechazable. En vez de formar pareja encarando, lo harías atrayendo, pero los dos caminos conducen a Roma (o son las dos caras de una moneda).

3.

   Puede haber tantas personas imperecederas e inmarcesibles como deseos cumplidos, pero sólo 1 (una) puede ser irrechazable y/o irresistible sin dar lugar a inconsistencias. Esto no significa que en todos los casos en los que haya dos habrá una inconsistencia. Veamos un caso en el que no.
   Si hubiera dos personas así, podrían formar pareja sin contradicción; de hecho, su encuentro no podría tener otro resultado, ya sea que ambas fueran irrechazables (vos no me podés rechazar a mí ni yo a vos), ambas irresistibles (vos no te podés resistir a mis encantos ni yo a los tuyos), o una y una (vos no te podés resistir a mis encantos y yo no puedo rechazarte, o al revés).
   Pero si compitieran por el deseo de una tercera persona (obligada a optar), la elección implicaría que una de las dos cucardas sería falsa: alguien no habría resultado ser irrechazable o irresistible. Si aceptamos esta posibilidad, tomamos un camino; si no, otro. Empiezo por el primero.
   Inferir que la infalibilidad de la persona no elegida es falsa presupone que la elección es posible, que fue hecha, y que dejó en pie a una sola persona infalible (ya sea por irrechazable o por irresistible), número no problemático, como venía diciendo.
   Para tomar el segundo camino, cambiamos esa presuposición por la de una garantía de ambas infalibilidades. Suponiéndolas verdaderas, pasamos de inferir –o concluir– la falsedad de una de las dos a inferir –o concluir– la imposibilidad de la elección de una y la exclusión de la otra (cara y ceca, de nuevo).
   La tercera persona debe y no puede elegir a una de las otras dos; lo único consistente que podría hacer, lo único que le evitaría una parálisis paradojal, sería elegir a ambas, algo que la monogamia del planteo le prohibe (cambiala y tenés un consistente “pícaro triangulito de sabor”).
   El emparejamiento monogámico que debe y no puede hacer la tercera persona es un empantanamiento similar al de la persecución de un perro infalible sobre una zorra inatrapable, que Zeus termina convirtiendo en estatuas de mármol para frenar y/o para disimular la paradoja. O para retratarla, en la mala medida de lo posible:

[...] La fuga de la zorra y el acoso de Lélape no concluyen con la petrificación: fuga y acoso, congelados, se continúan en los dos mármoles («fugere hoc, illud latrare putares», describe Céfalo en la versión de Ovidio: «pensarías que éste huía, que aquél ladraba»).

De “El perro y la zorra y el rey ahogado”


   Como sea, la persecución de un animal sobre otro –ambos infalibles– y la elección entre dos personas infalibles son imposibles de resolver consistentemente (es decir, sin desmentir a ninguna).
   Moraleja: no todo duelo entre dos o más infalibilidades es paradojal, pero todas estas paradojas se dan en un duelo de esos.

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