La profecía fatal






“Hieren todas, mata la última” era la traducción de Borges para la inscripción latina que hay en el reloj de sol de la foto (o para una similar, porque tiene variaciones). Un crimen es imputado a su circunstancia de tiempo. El perpetrador titular y el sustituto quedan escamoteados. Las horas inofensivas están innecesariamente identificadas: son todas excepto la última, que todavía no llegó. Y esta es justo la que, pudiendo ser de interés, no está identificada: no se nos dice qué enésima hora es (será) la asesina; sólo se nos dice que además de enésima será la última (con saber que se trata de la hora de la muerte, no se nos está diciendo nada que ya no sepamos; la revelación se esquiva con la perogrullada). Lo que un dicho alusivo no tiene por qué hacer, supongamos que lo hace una profecía particular.

Por un lado, hay profecías de muerte personal que se limitan a situar en el calendario (y tal vez en el reloj) el último cambio del elegido; y hay otras que se explayan en los encadenamientos de hechos que lo van a llevar ahí. Entre las causas de muerte de las profecías que se dedican al rubro, suelen figurar catástrofes naturales, enfermedades, desgracias súbitas varias, y con mayor audacia una trama de eventos fatales. De todo, menos el mismo profetizar la hora de la muerte.
Por otro lado, es un tópico literario y místico el carácter letal de ciertas revelaciones, que por lo general exceden la comprensión o el derecho al conocimiento de la criatura humana (el castigo por uno de esos conocimientos desobedientes les costó el paraíso y la vida eterna a Adán y Eva y su descendencia). Si la revelación de esa hora última es a su vez letal, la hora revelada no puede ser otra que la hora de la revelación. Veamos por qué, a riesgo de que no haga falta.

Para observar los efectos de esta autorreferencia, imaginemos un relato que empiece así: Aquellos hombres morían si se les revelaba la hora secreta de su muerte.
Pero entonces eso sólo podía suceder cuando la hora de la revelación y la hora secreta de la muerte coincidían. Porque si un hombre a quien el 12 de enero a las 6 se le revelase que moriría el 28 de marzo a las 8:10, muriese a causa de la revelación ese mismo 12 de enero a las 6, la revelación habría sido falsa (la secreta hora de su muerte no habría resultado ser, después de todo, las 8:10 del 28 de marzo). Para que la revelación no sea falsa y sea letal, el momento de formularla debe coincidir exactamente con el momento que ella revela; debe comportarse como una aguja de reloj infalible.
El 9 de noviembre a la 1:32 a X le revelan que la hora secreta de su muerte es la 1:32 del 9 de noviembre. Si X sobrevive a la revelación, es que la revelación es falsa (como una bomba de tiempo trucha). Pero si X muere en ese instante, ¿cómo sabremos si fue porque la revelación resultó fatal o si fue porque la revelación resultó certera?

Que tenga un poder letal depende de que la revelación sea cierta. Que sea cierta no depende de que tenga un poder letal; depende de que efectivamente la profecía se cumpla o no. Ahora bien, ¿no puedo deducir que hay un poder letal en la revelación por el hecho de que sólo se cumplen las revelaciones actuales de la hora fatal? Mueren los profetizados a causa de la revelación de la hora secreta de su muerte y a la hora en que la revelación lo indica, que entonces no puede ser otra que la misma hora en la que son profetizados.

No hay comentarios