El club de la pelea




          De Lady Heather a Gil Grissom (CSI, temporada 2, episodio “Slaves of Las Vegas”).

Suele decirse que aquel con quien nos peleamos se nos parece. Por supuesto, lo que se quiere decir no es sólo que se nos parece, sino que por eso lo elegimos. Este argumento transforma toda pelea en una lucha de cada uno con su doble o su sombra.*

Epílogo (1984), de Gonzalo Suárez.

Se puede constatar que X y Z tienen cosas en común, pero eso todavía no alcanza: deberá justificarse que el hecho de compartir rasgos es la causa o razón de que se peleen. Asociar mecánicamente ambos datos puede ser más perezoso que perspicaz. Probemos otra variante.

En un encono o una pelea, el otro puede ser lo que yo temo ser, no lo que (creo que) soy: o sea, aquello de lo que no me veo exento de ser y en lo que temo transformarme (estoy alerta a que no me pase; por eso detecto con facilidad esos rasgos). En definitiva, no me identifico pero reconozco en la caricatura actual un posible futuro retrato. La pelea con ése es un exorcismo preventivo o prematuro de una identidad indeseable, la que nos produce una ver­güen­za ajena, que tememos contraer como propia. Si es así, la razón de la irritabilidad, que es una medida de mi vulnerabilidad, no está en la magnitud de la diferencia del otro conmigo, entre nula y enorme, sino en la magnitud de mi temor a (padecer) esa identidad.
Esos temores van adiestrando mi deseo: son la amenaza de un castigo, el imperativo de un alejamiento, la estigmatización de la combinatoria peculiar de rasgos e intensidades que es una identidad (el identikit de uno que es buscado para evitarlo o para desactivarlo, como se buscan minas en un campo minado). El reverso de esa repulsa es la militancia por una identidad ideal o sólo deseada, que en pasiones intensas nos atrae con la misma fuerza con que nos repele la identidad que tememos ser, la de la vergüenza que tememos hacer propia. En conjunto son el modelado de una identidad que hace una cultura, en la que básicamente aprendemos de qué alejarnos y qué perseguir. Los profetas y baqueanos conectan temores con deseos, y ofrecen sus servicios: dime de qué huyes y te diré hacia dónde huyes (qué te atrae, qué te arrastra o qué persigues).
El flanco débil o vulnerable que nuestros temores y terrores revelan de nuestra identidad es, si la traducimos a una escultura, la parte de la roca que se convierte en escombros: lo informe, no la figura; el otro efecto del esculpir y cincelar; lo que se saca para darle forma a lo que se retiene. El sacar o el alejarnos que cuesta y tarda es ese enojo con nuestra caricatura menos deseada.

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