Identificaciones de simpatizante




1.

En otro ensayo chateé sobre la identificación y empatía con un personaje –el ídolo– que ha alcanzado un ideal compartido (el caso de la “sana envidia” y de la admiración por el que hizo el gol que todos soñamos o hemos soñado hacer, por ejemplo). En este ensayo voy a hablar de otras identificaciones y sus respectivos efectos.

Un efecto afectivo común es empatizar con y simpatizar por el otro, de modo de importarnos su suerte y desearle siempre lo mejor y sufrir cuando sufre y festejar cuando es feliz o tiene una alegría nueva. (El deseo inverso es –o sólo participa de– el que exterioriza un sentimiento inverso, como pueden ser el de una antipatía, si es de baja o media intensidad, o el de un odio, si es de alta –donde la mayor satisfacción proviene de la “peor humillación” del otro, no de su mejor felicidad–. Y entonces vemos a estos sentimientos inversos exhibirse como máximas expresiones de polos opuestos: amar es el máximo comportamiento cooperativo; odiar, el máximo competitivo.)
Es una empatía de simpatizante, de hincha de quien nos representa por alguna razón, de aquel con quien nos identificamos de cierto modo. La relación pasa de vertical a horizontal cuando esa simpatía se tiene por un par y se activa por igual ante sus situaciones de riesgo, sus desafíos, con su heroicidad para zafar o resistir, como ante sus iniciativas y empresas exitosas (“¡Qué bueno, le está yendo bien!”) u objetivos cumplidos (“¡Qué bueno, le fue bien!”).

Entonces, en vez de alguien que hace mejor que nadie lo que todos queremos hacer, imaginemos alguien que ante cada situación a resolver hace lo que haríamos en su lugar, juega como jugaríamos o nos gustaría jugar, si nos da la mezcla de lucidez y audacia necesarias. En su historial de situaciones suele seleccionar, ponderar y privilegiar (valorar y ranquear) como creemos que lo haríamos o nos gustaría hacer (o que en ningún caso lamentaríamos haber hecho); se nos hace muy fácil, casi un reflejo, reconocernos en el otro, ponernos en su lugar o proyectarnos en su suerte y desearle lo mejor (o sea, volvernos cuasi instintivamente cooperativos).

2.

Puede ser la identificación del que dedica a algún noviazgo o a alguna amistad un tema de Luis Miguel por la radio, para decirle lo que siente por ella o por él a través de uno que lo expresó mejor (eso creen). Quien sea el destinatario de la serenata, no es con él o con ella con quien se identifica expresamente el dedicador, sino con Luis Miguel o el personaje que esté haciendo en su canción, que tan bien comunica lo que me pasa o lo que quiero decir y no me sale así.
Desde ya, no tiene necesariamente que pertenecer al mismo tipo de indentificación la que haya –si debe haber alguna– entre destinador y destinatario; puede y suele ser diferente a la de uno que sabe decir lo que yo no y me gustaría. Pueden identificarse por tener afines o similares o complementarios desde ritmos, necesidades, gustos, fantasías, imaginaciones, criterios, encares, reacciones, preferencias, expectativas, historias o patrones, hasta un estilo de juego y una jerarquía de opciones y valores, pasando por no sé cuántas coincidencias y compatibilidades en el medio.
O puede mantener un vínculo sin que haya ninguna clase de identificación, sino, por ejemplo, un deseo de disponibilidad y disfrute de algo muy deseado y difícilmente accesible (o así le resulta o le parece). En el caso de la identificación que da la razón de haber elegido esa canción de mensaje o de cita empática, admite suponerle una admiración o envidia al portavoz y el deseo de estar en su lugar, de ser él (y tal vez actuar de Luis Miguel o mostrarse tan conmovido puesto en los zapatos del otro).

Vecina de la identificación del dedicador, también está la de quien canta “a mí me pasa lo mismo que a usted”. O no pero temo o deseo especialmente que me pase y reacciono como si me pasara a mí cuando veo que le pasa a usted, con quien me identifico y a quien quiero que le vaya bien (por ejemplo, alguien a quien se le dice Te banco). La reacción puede ser banal y no ser ni amistosa ni amorosa (aunque siempre tendrá algo de pasional): por ejemplo, estoy sentado y se me dispara una volea al vacío –con suerte– en algún centro al área esperanzador que veo por TV, rara vez terminado en gol.
Si la reacción es amorosa, la atracción y/o el interés pueden o no ser recíprocos (si es amistosa, es más fácil que sean recíprocos, y menos crucial). Si lo son y con el combo completo, esa correspondencia compuesta es lo máximo a lo que pueden aspirar el que pondere esa identificación y reaccione igual que uno, y uno. Y si no son recíprocos a esa altura, lo bueno es que por debajo del máximo la felicidad también es alta.

No hay comentarios