Un adelanto desesperanzador




Ecuador vs. Argentina, 10-06-2009,
Eliminatorias Sudáfrica 2010.

1.

Se sabe: el rayo es mudo porque el trueno llega tarde. El desfase audiovisual del epígrafe, donde es el audio el que llega antes, provoca un efecto comparable al de escuchar en la fila para entrar al cine el final de un policial, por ejemplo. Veamos a dónde nos llevan las odiosas comparaciones.

2.

Formalmente, una diferencia es que esta vez la revelación no se hace a punto de empezar, sino de terminar (de un grado alto de anticipación a uno ínfimo): el sonido nos entera de que atajó el arquero menos de un segundo antes de que lo veamos.
Ese desfase nos roba una intensa fracción de segundo de esperanza e ilusión. Justo en la transmisión en vivo y en directo de un penal, y para un público eminentemente visual (se les dice “televidentes”), se produce un desajuste que antepone el audio y nos sorprende –si no somos oyentes ciegos o con la vista enfocada en otra cosa– con una desilusión anticipada: nos hace escuchar lo contrario de lo que anhelábamos ver (y también escuchar, claro, pero después, como una confirmación, no antes y truncando el anhelo).

2.1

Por supuesto, esto se ve así bajo ciertas luces. Primero: a quien hacía fuerza por Ecuador, el adelanto le hizo escuchar lo mismo que venía anhelando ver; los efectos psicológicos dependen de la dirección del deseo, además de su intensidad. Segundo: el retardo de imagen que en la transmisión troncha esa mitad de las expectativas, en la repetición –conocido el resultado– queda reducido a una incomodidad técnica. Tercero: el retardo inverso, un simple delay del audio, habría producido una confirmación tardía de la novedad indeseada, no un anticipo descorazonador.

3.

Lo que se experimenta escuchando el final del policial antes de verlo no es tan dramático como la pérdida inesperada (para ese momento de la imagen, con la pelota todavía viajando) de la esperanza de gol de un hincha de Argentina. Sobre todo porque a pesar de la presunta frivolidad de esa esperanza, es más fuerte ver frustrada antes de tiempo una ilusión que iba a cambiar la realidad que ver estropeada la intriga en la que pudo y ya no podrá atraparme una ficción, lo que es algo más enojoso que triste.
Antes de llegar a la tristeza, la realización prematura de lo indeseado nos hace atravesar –si es que la superamos– una aguda sensación de irrealidad, el aturdimiento de un No lo puedo creer, No es cierto, no puede ser cierto, Esto tiene que ser una pesadilla y me voy a despertar, etc. La tristeza aparece más tarde, en el duelo, es decir, una vez superado el aturdimiento y asumida la pérdida, una vez abandonada la resistencia a la mala nueva: una vez reacomodada nuestra colección de sentidos y valores.

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