La Muerte y la muerte




Cuadro de Claudia Guidi


I. La Muerte

          “Hieren todas; mata la última”

          Inscripción en un reloj de sol, recopilada en Huit cents devises de cadrans solaires, de Charles Bousier, según la reseña de Borges en la revista “El Hogar” del 22 de enero de 1937 (Cf. Borges en El Hogar, Emecé, Buenos Aires, 2000, p. 32).

En la personificación clásica de la muerte, un esqueleto vestido de negro hace su primera y única visita al elegido. Hay algo certero y algo equívoco en esta representación: la Muerte sólo nos arrebata una vez, pero su persecución es continua. Que sólo la percibamos en el peligro o la agonía no significa que sólo en esos trances la tengamos cerca. O en todo caso, no quiero hablar de la Muerte que nos merodea en la víspera de nuestro único encuentro con ella, sino de la Muerte cuyo acoso burlamos todas las veces menos una. Ésta es cazadora; la otra, carroñera.
Excepto una vez, la Muerte pisa donde hemos estado, no donde estamos, y aplasta al que hemos sido, no al que somos. Nuestra memoria arrastra la saga de cadáveres de los que ya no somos. Lo único que le queda a la Muerte por arrebatarnos es el presente, que es lo único que siempre tenemos para perder. En ese arrebato consiste la muerte.

II. La muerte

          «La despedida es corta,
          la ausencia es larga.»

          En una de las versiones de la “Zamba de Vargas”

La muerte no es un estado; no dura. La muerte es un acto, y sólo ocurre en el instante de un dejar de existir, en el momento puntual de ese pasaje.
La muerte no es un cambio de presencia, una mudanza: muerto, estaré ausente de todos los sitios a la vez.
La muerte es un instante de ausencia absoluta. El estado que sigue –el estar muerto– no pertenece a la experiencia del muerto, sino a la memoria y la conciencia de sus sobrevivientes. Lo largas que sean dará la longitud de esa ausencia.

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