Mapa de momentos (El sistema temporal del castellano)




VIDRIERA EN PREPARACIÓN

Si ves esta advertencia, es que el ensayo aún está en construcción. Yo esperaría a que no esté este cartel.


   En razón de que este ensayo nace como desprendimiento de otro (era su sección 2), necesita heredar la parte con la que se enganchaba. En un ensayo que va a hablar de repeticiones, empiezo repitiendo la sección 1 (sin la 1.1 ni la 1.2) de “Orientaciones”.


1. Mapa de puntos

   Para movernos por el plano contamos con los números complejos, que identifican puntos dispuestos en relación con un punto de referencia, que es el 0, es decir: la intersección de un eje horizontal (el de los números reales, positivos al Este y negativos al Oeste) y un eje vertical (el de los números imaginarios, positivos al Norte y negativos al Sur). Partiendo de ese punto neutro (ni real ni imaginario, ni positivo ni negativo), podemos ubicar cualquier otro punto diciendo cuánto al Este o al Oeste está (parte real –positiva o negativa– del número complejo) y cuánto al Norte o al Sur (parte imaginaria –positiva o negativa– del número complejo). Esto incluye la posibilidad de un valor nulo para una de las dos partes; si lo tienen ambas, es que no hemos salido del punto de referencia, la intersección identificada por el 0. El plano que cartografían los números complejos es un mapa exhaustivo de los puntos que hay ahí.
   En el ensayo donde habla de esto (“El imaginario que no lo es”, capítulo 8 del libro De los números y su historia), Isaac Asimov explica que hay dos tipos de magnitudes:
   «En muchas mediciones habituales intervienen “magnitudes escalares”, las que sólo difieren en módulo. Un volumen será mayor o menor que otro; un peso será mayor o menor que otro; una densidad será mayor o menor que otra. En el mismo sentido una deuda será mayor o menor que otra. Para todas estas mediciones son suficientes los números reales, ya sean positivos o negativos.
   Pero también existen las “magnitudes vectoriales”, que poseen módulo (o intensidad) y dirección. Un vector velocidad puede diferir de otra velocidad no sólo por ser más grande o más pequeño, sino por apuntar en otra dirección. Esto también es cierto para las fuerzas, aceleraciones, etcétera.
   Para trabajar matemáticamente con estas magnitudes vectoriales son necesarios los números complejos, porque estos números paseen módulo y dirección (razón por la cual hice la analogía entre los cuatro tipos de números y los puntos cardinales).»
   En el párrafo siguiente, Asimov empieza a concluir una discusión que tuvo 20 años atrás, cuando era estudiante, con un profesor de Sociología. Éste, para demostrar la inexistencia de los números imaginarios (lo que a su vez demostraría –argumentaba– el carácter místico de los matemáticos, que creen en esas irrealidades), había pedido la imposibilidad de que se le diera un trozo de tiza equivalente a √-1:
   «Ahora bien, cuando mi profesor de sociología me pidió “la raíz cuadrada de menos uno en trozos de tiza”, él se refería a un fenómeno escalar para cuya descripción son suficientes los números reales.
   Por otra parte, si me hubiera preguntado cómo llegar desde su aula hasta un punto cualquiera de la Universidad es muy probable que se habría enojado si yo le hubiese dicho: “Camine doscientos metros”. Me habría preguntado con aspereza: “¿En qué dirección?”.
   Como podrán ver, se trata de una magnitud vectorial para cuya descripción los números reales son insuficientes. Yo podría complacerlo diciéndole: “Camine doscientos metros hacia el Nordeste”, que es equivalente a decir “Camine 100√2 + 100√2i metros”.
   No hay duda de que es tan ridículo considerar que la raíz cuadrada de menos uno es “imaginario” porque uno no la puede emplear para contar trozos de tiza, como creer que el número 200 es “imaginario” porque no sirve para expresar la posición de un lugar con respecto a otro.»

2. Mapa de momentos

   Hagamos un par de variaciones sobre el sistema de referencias que explicó Asimov. En vez de un número complejo, nos ubicará un tiempo verbal, que «sirve para expresar la posición de un lugar momento con respecto a otro». Es decir, los puntos de referencia se volverán momentos de referencia y nos moveremos por un mapa temporal.

   Como se tiene un kit de mechas para montar en una agujereadora, se tiene un kit de desinencias para montar en una raíz verbal. La conjugación completa de un verbo es el montaje de todas las desinencias de todos los kits. A una de las informaciones que damos con un verbo conjugado la llamamos tiempo. Como las velocidades, las fuerzas, las aceleraciones, etcétera, un tiempo verbal es vectorial: identifica una orientación temporal, o sea, una relación de anterioridad, simultaneidad o posterioridad con un momento de referencia.
   El primero es el momento de un Yo emito o el de un Vos recibís: un presente de enunciación o uno de lectura o escucha (como en algunas cartas o grabaciones: Imagino que te estás preguntando por qué te escribí/grabé esto...). Tomando entonces ese presente de emisión o de recepción como momento de referencia, hay un ante-presente, un co-presente y un pos-presente, mejor conocidos como pasado, presente y futuro.
   Cada uno de los tres momentos así referenciados puede funcionar a su vez como un momento de referencia (31= 3, que se suman al 30= 1 momento de referencia, el inicial) para otros tres momentos (como siempre, uno anterior, otro simultáneo y otro posterior); cada uno de éstos es otra vez el momento al que pueden apuntar otros tres (32= 9 momentos de referencia, que se suman a los 30 + 31); y así siguiendo. Vale decir: todos los momentos, excepto el primero (referencia no referenciada, ya que no motor inmóvil), pueden tener el rol de punto de partida de una flecha (momento referenciado) y el rol de punto de llegada (momento de referencia) de otras tres flechas.
   El iceberg puede ser todo lo profundo que se necesite, pero su punta apenas mide cuatro niveles, suficientes en castellano para incluir hasta la más larga de las relaciones identificadas por un tiempo verbal nuevo, un debutante, como veremos en breve. La punta del iceberg se ve así:


   Breve digresión de aritmética transfinita. En su integración horizontal, en cada nivel del edificio hay un número finito de momentos de referencia: 1 en el primero, 3 en el segundo, 9 en el tercero, 27 en el cuarto, etc. En su integración vertical, la potencia con base 3 que expresa ese número finito se suma a la de los otros niveles, de los que hay infinitos disponibles. El nivel límite de la serie infinita 30, 31, 32, 33..., que es 3אo, participa como tal de la serie de trifurcaciones pero no es uno de sus niveles finitos, ya que en él hay un número infinito de momentos de referencia: 3אo. (Esta cardinalidad es superior a la del conjunto de los números naturales –o sus equivalentes funescos–, que es אo; es el sumando límite y es el resultado de la suma infinita –de infinitos niveles que progresan geométricamente– de potencias con base 3 y exponentes en progresión aritmética.)

   Es posible que el sistema temporal de cualquier lengua sea un modo particular de resolver el problema de cómo significar las posiciones desplegadas por esa acumulación. Antes de ver cómo lo resuelve el castellano, conviene establecer la toponimia de ese despliegue.

2.1

   Como en un efecto de capilaridad, la información fluye hacia el presente del primer momento de referencia. La ruta de ese flujo es una orientación temporal, que puede ser simple (una flecha sola) o compuesta (un sendero de flechas).
   Orientaciones simples hay tres: las ya mencionadas ante-presente, co-presente y pos-presente; todas las demás son compuestas. Análogamente, a los tiempos verbales que identifican esas relaciones iniciales una antigua tradición gramatical los clasifica como tiempos absolutos, en el sentido de que no dependen de otros para ubicarse; al resto, como tiempos relativos, lo que quiere decir que se sitúan en relación con algún otro.
   En el parágrafo 649 de su Gramática de la lengua castellana, Andrés Bello, luego de definir el «significado fundamental» de los tiempos simples y compuestos del Indicativo, hace un primer comentario general:
Se ve por lo que precede que ciertas formas del verbo representan relaciones de tiempo simples; otras, dobles; otras, triples.
   Además de las precisiones numéricas de lo absoluto (simple) y lo relativo (doble y triple), Bello mejora la antigua distinción al aplicársela a las «relaciones de tiempo», no a los tiempos verbales que las «representan». El cambio de enfoque es necesario –aunque no suficiente– para poder ver que también hay relaciones cuádruples, quíntuples, séxtuples, etc., más allá de que el castellano no les asigne nuevos tiempos verbales que las identifiquen.

   Cada tramo de la ruta (o la ruta misma, si tiene un único tramo) es una flecha de anterioridad (prefijo ante), de simultaneidad (prefijo co) o de posterioridad (prefijo pos). El nombre de cualquier orientación temporal (al que no hay que confundir con el nombre del tiempo verbal que la identifica) se lee uniendo “en subida” los prefijos de las flechas involucradas, de nivel en nivel, hasta aquel presente de producción o de recepción de un decir.
   Así, por ejemplo, el recorrido ascendente ante-pos-ante-presente dibuja la primera orientación temporal que identifica el tiempo verbal que Bello llamó ante-pos-pretérito y otros siguen llamando condicional compuesto (habría cantado, por ejemplo). Como relación temporal, se trata de la más larga identificada por un tiempo verbal nuevo, la que le da su profundidad a la punta del iceberg.
   Como tiempo verbal, se trata del último del Modo Indicativo que nombra y define Bello antes de hablar de los tres tipos de relaciones. La representada por el tripartito ante-pos-pretérito es, lógicamente, una relación triple. Veamos un ejemplo con acotaciones para ubicarnos mejor:
Juan pensó [momento anterior al ahora en que digo esto] que para el día siguiente [momento posterior a ese momento anterior]*
Que todo verbo conjugado identifique una posición temporal no significa que toda posición temporal esté identificada por un verbo conjugado. Otros recursos también pueden –y suelen– cumplir esa función.
el agua habría bajado del todo [momento anterior a ese momento posterior a aquel momento anterior al del habla].
   El nombre temporalmente descriptivo que Bello le da a cada tiempo verbal del Indicativo implica identificarlo con la relación temporal que “representa”, lo que a su vez supone que entre esos tiempos verbales y las relaciones (u orientaciones) temporales hay una relación uno a uno. En el parágrafo 650, en el segundo comentario general posterior a la presentación del elenco, Bello se explaya sobre las «ventajas» de «la nomenclatura de la que yo me sirvo» que había adelantado en el parágrafo 637:
Se ve también por lo dicho que cada una de las denominaciones de los tiempos es una fórmula analítica que descompone el significado del tiempo en una, dos o más de las relaciones elementales de coexistencia, anterioridad y posterioridad, presentándolas en el orden mismo en que se conciben, que de ningún modo es arbitrario. [...] La última de las relaciones elementales tiene siempre por término el acto de la palabra, el momento de proferirse el verbo.
   A los fines de contar con nombres analíticos, tener más de un tiempo verbal para un mismo vector no es tan problemático como tener un tiempo verbal para más de un vector. En el primer caso, si la diferencia entre los dos tiempos que identifican el mismo vector no puede deducirse de sus nombres, se la explica aparte. Eso hace Bello, por ejemplo, en el parágrafo 639 con las diferencias no vectoriales entre los tiempos que llama pretérito (canté) y ante-presente (he cantado), con los que se significa «la anterioridad del atributo al acto de la palabra» (como escribe del primero en el parágrafo 624).*
Doy mi versión. Como si nos comunicara su ángulo de inclinación, la anterioridad del ante-presente (o pretérito perfecto compuesto) está ligada de algún modo al presente: o porque es reciente (He llegado equivale a un Recién llegué o a un Acabo de llegar) o porque el evento pasado tiene un efecto o un resultado en el presente (Me he perdido implica Estoy perdido) o porque la delimita el presente (el hasta ahora que cierra el período abarcado por un balance, como en un He viajado mucho).
En cambio, la anterioridad de canté no tiene con el presente ninguna de esas relaciones de aproximación, arrastre o delimitación; necesito definir aparte cuándo o en qué circunstancias –dentro de qué secuencia de eventos– canté (ayer o cuando me dieron el micrófono, por ejemplo); de ahí, supongo, que a este tiempo verbal también se lo haya llamado Pretérito Indefinido.

   Pero en el segundo caso, el nombre del tiempo con más de un vector a significar ya no puede ser unívoco ni, por lo tanto, incondicionalmente descriptivo. Bello se topa con esta situación cuando pasa al «significado de los tiempos simples y compuestos del subjuntivo común»; por ejemplo:
651. El subjuntivo común tiene la particularidad de representar con una misma forma [cante] el presente y el futuro, de lo cual resulta que expresa también con una misma forma, aunque materialmente doble [cantara o cantase], el co-pretérito y el pos-pretérito.
   Como se ve, los nombres analíticos dieron paso al análisis de las «formas» que sirven para «representar» más de una relación temporal.
   Pero no hace falta salir del Indicativo para encontrar esta disparidad. De hecho, todo tiempo verbal se encuentra, más tarde o más temprano, en esa situación. Volviendo al ejemplo de nuestro caso testigo, la denominación ante-pos-pretérito parece funcionar a la perfección como «fórmula analítica que descompone el significado» de aquel habría bajado. Pero esta coincidencia entre el nombre de la orientación temporal y el nombre del tiempo verbal que la identifica (si ante-presente equivale a pretérito, ante-pos-ante-presente equivale a ante-pos-pretérito) sólo tiene lugar en el debut laboral de ese tiempo verbal, a saber: en la señalización de la relación temporal más corta (más cercana al primer momento de referencia) de las que pueda señalizar. Redundo: ese mismo tiempo después identificará otras posiciones que la que describe con su nombre-fórmula, que sólo es la primera que identifica. Para ilustrarlo, bastará cambiar levemente el ejemplo anterior:
En la mañana del lunes, Juan pensó [momento anterior al ahora en que digo esto] que a la tarde le dirían [momento posterior a ese momento anterior] que recién para el día siguiente [momento posterior a ese momento posterior a ese momento anterior] el agua habría bajado del todo [momento anterior a ese momento posterior a ese momento posterior a ese momento anterior al del habla].
   En esta variante, el tiempo ante-pos-pretérito de Bello identifica una orientación ante-pos-pos-ante-presente. Luego, el nombre temporalista de este (y de cualquier otro) tiempo verbal puede ser una «fórmula analítica» sólo de la primera relación temporal de las eventualmente infinitas que puede señalar el bautizado, empezando por la menos larga.

   En la Gramática descriptiva de la lengua española (Ignacio Bosque y Violeta Demonte (eds), Madrid, Real Academia Española / Espasa Calpe, 1999), los coautores del capítulo 44 “El tiempo verbal. Los tiempos simples”, Guillermo Rojo y Alexandre Veiga, proponen identificar las relaciones temporales con fórmulas en lugar de nombres, que se leen de derecha a izquierda en lugar de abajo hacia arriba. Y en lugar de empezar por una R de Referencia o una P de Presente, Rojo y Veiga lo hacen por la O de Origen; copio de la página 2.876:
...un acontecimiento puede ser considerado anterior, simultáneo o posterior a otro. Siguiendo la línea de Bull (1960: 20 y ss.) y Klum (1961), podemos contemplar estas relaciones temporales como vectores (V) y convenir en que –V simboliza la anterioridad, oV la simulteneidad y +V la posterioridad. Si llamamos O (de 'origen') al punto central de todas las relaciones, tendremos que las tres relaciones inicialmente posibles de un acontecimiento con el punto cero son simbolizables mediante las fórmulas O–V para lo anterior al origen, OoV para lo simultáneo al origen y O+V para lo posterior al origen.13


13 Las fórmulas pueden parecer complicadas al principio, pero resultan de gran ayuda y utilidad para la plasmación de las relaciones temporales. Deben ser leídas de derecha a izquierda respetando las convenciones indicadas. Así, O–V se refiere a un acontecimiento que es anterior (–V) al origen (O). Una fórmula un poco más complicada como (O–V)+V se refiere a un acontecimiento que es posterior (+V) a otro acontecimiento que, a su vez, es anterior (–V) al origen (O).


   Ya sea que identifiquemos las orientaciones temporales mediante nombres, como ante-pos-ante-presente, o mediante fórmulas, como ((O–V)+V)–V, la pregunta general es la misma: ¿cómo hace el sistema temporal de cada lengua para significar un número ilimitado de posiciones con un plantel reducido de tiempos verbales? Respuesta: poniéndolos a repetir después del debut lo que los pone a hacer durante. A su vez, en castellano la segunda mitad de los debutantes hace en una región del mapa lo que la primera hizo en otra. (Si se trata de hacer sin innovar, no hay nada como repetir –diría Perogrullo.) Veamos estas repeticiones.

2.2

   Usando el lenguaje para referir hechos –en lugar de hacer conjeturas o hipótesis–, la coreografía de los debutantes deja ver que reconstruyendo una escena el castellano repite lo que hace presentándola: en ambas instancias (u operaciones), sobre esa red de trifurcaciones identifica los cuatro puntos de un ante-R, un co-R, un pos-R y un ante-pos-R (donde la referencia R es, en la primera instancia, el momento del habla, por ejemplo; y en la segunda, un momento anterior al momento del habla).
Para ilustrar esta iteración fractal, empecemos narrando una escena pasada en el estilo de un presente histórico, con descripciones de lo que hay, evocaciones de lo que hubo o ha habido y anticipos de lo que habrá y de lo que habrá habido:
En los campos de Tebas, un perro infalible persigue a una zorra inatrapable. Hace cinco minutos que empezó el duelo, y ninguno ha logrado [hasta ahora] sacarle una ventaja al otro. Céfalo, el dueño del perro, ha apartado la vista [y todavía la mantiene apartada] para preparar su jabalina, también infalible. Dentro de poco mirará [o va a mirar] de nuevo a la zorra para ensartarla. Pero para ese momento Zeus ya habrá convertido a los dos animales en estatuas de mármol.
   El presente histórico es el truco de lograr coexistencia trayendo lo pasado al presente; el truco inverso es lograrla trasladándonos a aquel momento del pasado, con descripciones de lo que había, evocaciones de lo que había habido y anticipos de lo que habría y de lo que habría habido:
En los campos de Tebas, un perro infalible perseguía a una zorra inatrapable. Hacía cinco minutos que había empezado el duelo, y ninguno había logrado [hasta ese momento] sacarle una ventaja al otro. Céfalo, el dueño del perro, había apartado la vista [y todavía la mantenía apartada] para preparar su jabalina, también infalible. Dentro de poco miraría [o iba a mirar] de nuevo a la zorra para ensartarla. Pero para ese momento Zeus ya habría convertido a los dos animales en estatuas de mármol.
   En la conversión, los tiempos verbales de la otra escena, la que tenía el momento de referencia en el presente, son relevados por sus primos, unos tiempos verbales simétricos que saben apuntar al nuevo momento de referencia, uno anterior al presente en que hablo de todo esto.

   En el mapa de momentos podemos poner en azul lo que decimos que pasa, que ha pasado o pasó, que pasará o va a pasar, y que habrá pasado (antes de un momento posterior a ese momento presente). Y en verde, lo que decimos que pasaba, que había pasado, que pasaría o iba a pasar, y que habría pasado (antes de un momento posterior a ese momento pasado):



2.3

   Hay tiempos verbales distintos para cada una de las tres orientaciones de anterioridad, simultaneidad y posterioridad respecto del momento del habla, por un lado, y respecto de un momento anterior al momento del habla, por el otro. El presente y el pasado los tenemos discriminados; el futuro, no. Eso no significa que algunas orientaciones queden sin identificar, sino que van a ser identificadas por un tiempo verbal que ya identificó otras, no por uno nuevo.

   El futuro (cantaré) es el más tempranero de todos los verbos en esto de identificar vectores diferentes al que identifica en su debut, un pos-presente. Puede identificar también una relación de co-pos-presente o una de pos-pos-presente, para empezar. Si digo Mañana llegará Juan, ubico la llegada de Juan en un momento posterior al del habla. Pero si digo Cuando Juan llegue al aeropuerto, Pedro lo estará esperando, el momento de la llegada, de nuevo un pos-presente, es el momento de referencia respecto del cual se ubica –como simultánea– la espera de Juan (co-pos-presente). De un futuro del futuro (o pos-pos-presente) podemos dar un ejemplo con el mismo tiempo verbal (Cuando llegue Juan, pediremos empanadas) y otro con un imperativo (Cuando veas a Juan, saludalo de mi parte).
   Todo trío de orientaciones temporales apuntando al mismo momento de referencia –es decir, todo racimo– debe tener al menos dos tiempos verbales: uno para la anterioridad (como el ante-pos-presente habré cantado) y otro para la simultaneidad y la posterioridad (cantaré).
   Por supuesto, es más fácil ver una diferencia entre dos relaciones si tienen tiempos verbales diferentes que si no. Pero lo que me interesa es que, más allá del esfuerzo a hacer, podemos distinguir esos vectores (a pesar de estar) identificados por el mismo tiempo verbal.


   A la información de en qué nivel de una columna sucede una simultaneidad, una anterioridad o una posterioridad el castellano no le da tanto valor como para asignarle un tiempo verbal específico, con su juego distintivo de desinencias a encastrar con las raíces de los verbos.
   Moraleja: no toda diferencia amerita un nombre, si uno no es funesco –recordemos que a Funes incluso «le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)».
La regla, que vale para cualquier otra columna de simultaneidades, no suena antojadiza. Es bastante razonable que por una misma vertical de momentos esté el mismo tiempo verbal, y con sus vecinos de siempre (las relaciones de anterioridad y de posterioridad respecto del mismo momento de referencia).
   En el nivel 1, la cima de la columna, tendremos, por ejemplo, un María estuvo o ha estado / está / va a estar o estará en su casa. En el nivel 2, un Juan cree que María estuvo o ha estado / está / va a estar o estará en su casa. En el nivel 3, un Pedro sabe que Juan cree que María estuvo o ha estado / está / va a estar o estará en su casa. Y así siguiendo.
   Si esta asignación de tareas la hiciera Funes el memorioso, pretendería que cada orientación tuviera su propio tiempo verbal, como cada cardinalidad tenía (iba teniendo) su nombre propio en el sistema de numeración que ideó. (Imaginemos lo que sería tener que conocer la conjugación de 39 tiempos verbales –para acotar la cuenta a la punta de nuestro iceberg y no hablar de infinitos...)
   Pero como una lengua es obra (o resultado) de la interacción de memoriosos débiles, en vez de esa relación uno a uno tenemos tiempos verbales que trabajan en más de un puesto, y eventualmente en infinitos. Lo hacen siguiendo un juego de reglas (y otro, no menos sistemático, de transgresiones a esas reglas) que les dice cómo moverse en ese jardín de senderos que se trifurcan.
La regla más simple es la que instruye al Presente: vas a identificar un momento simultáneo al de la referencia, y uno simultáneo a ese otro, y así siguiendo en vertical hacia la hondura de los niveles con números más altos.

   El desarrollo del reglamento completo requiere un ensayo aparte. En este me limitaré a agregar con qué lógica debutan los tiempos verbales que están en Modo Indicativo y en lo que llamo modalidad de enunciación aseverativa (en criollo, cuando lo que hacemos al hablar es referir hechos, en vez de hacer conjeturas o hipótesis).

2.4

   Es necesario diferenciar dos tipos básicos de relaciones entre momentos, similares a las relaciones de coordinación y subordinación sintácticas.
   Un momento puede estar coordinado con otro (ordenado al mismo nivel), por ejemplo, en una sucesión encadenada de eventos (como en una historia, con el Pretérito Perfecto Simple –o Pretérito Indefinido– haciendo honor a su fama de hacer avanzar la acción) o en una mera enumeración (como en una lista de actividades realizadas el fin de semana). En cambio, un momento subordinado a otro es, por ejemplo, el de aquel evento que necesita ubicarse en alguna relación (de anterioridad, simultaneidad o posterioridad) con uno de esos momentos anteriores al del habla que jalonan una historia. (Vista así, una historia es una sucesión de mapas: uno nuevo por cada jalón, por cada punto de apoyo por el que pasa o en el que se demora –para hacer un flashback, una descripción contextual o un anticipo– el viaje narrativo.)
   Sin esta complejidad incipiente, un mapa temporal se reduce a esa solitaria relación de anterioridad con el primer momento de referencia posible, el de un presente de emisión o de recepción. Todos los momentos de un mapa temporal más complejo que ese mínimo cuelgan, directa o indirectamente, del primero: están subordinados a (ordenados por debajo de) él.
   Para terminar, veamos un análisis temporal (ventanas emergentes mediante) del breve relato “El sueño de Chuang Tzu” (del libro de 1889 Chuang Tzu, de Herbert Allen Giles, según lo atribuye Borges en el Libro de sueños –Torres Agüero Editor, Buenos Aires, 1976, pág. 118):
Chuang Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre.


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