Orientaciones




Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo, dijo Arquímedes; para este ensayo podemos parafrasearlo con un Dadme un punto de referencia y me moveré por el mundo (en otro ensayo, el punto es de perspectiva). Pasamos del principio de la palanca al de la brújula.

1. Mapa de puntos

Por ejemplo, para movernos por el plano contamos con los números complejos, que identifican puntos dispuestos en relación con un punto de referencia, que es el 0, es decir: la intersección de un eje horizontal (el de los números reales, positivos al Este y negativos al Oeste) y un eje vertical (el de los números imaginarios, positivos al Norte y negativos al Sur). Partiendo de ese punto neutro (ni real ni imaginario, ni positivo ni negativo), podemos ubicar cualquier otro punto diciendo cuánto al Este o al Oeste está (parte real –positiva o negativa– del número complejo) y cuánto al Norte o al Sur (parte imaginaria –positiva o negativa), incluyendo la posibilidad de un valor nulo para una de las dos partes (si lo tienen ambas, es que no hemos salido del punto de referencia, la intersección identificada por el 0). El plano que cartografían los números complejos es un mapa exhaustivo de los puntos que hay ahí, sin importar qué tan grande sea el plano.
En el ensayo donde habla de esto (“El imaginario que no lo es”, capítulo 8 del libro De los números y su historia), Isaac Asimov explica que hay dos tipos de magnitudes:
En muchas mediciones habituales intervienen “magnitudes escalares”, las que sólo difieren en módulo. Un volumen será mayor o menor que otro; un peso será mayor o menor que otro; una densidad será mayor o menor que otra. En el mismo sentido una deuda será mayor o menor que otra. Para todas estas mediciones son suficientes los números reales, ya sean positivos o negativos.
Pero también existen las “magnitudes vectoriales”, que poseen módulo (o intensidad) y dirección. Un vector velocidad puede diferir de otra velocidad no sólo por ser más grande o más pequeño, sino por apuntar en otra dirección. Esto también es cierto para las fuerzas, aceleraciones, etcétera.
Para trabajar matemáticamente con estas magnitudes vectoriales son necesarios los números complejos, porque estos números paseen módulo y dirección (razón por la cual hice la analogía entre los cuatro tipos de números y los puntos cardinales).
En el párrafo siguiente, Asimov empieza a concluir una discusión que tuvo 20 años atrás, cuando era estudiante, con un profesor de Sociología. Éste, para demostrar la inexistencia de los números imaginarios (lo que a su vez demostraría –argumentaba– el carácter místico de los matemáticos, que creen en esas irrealidades), había pedido la imposibilidad de que se le diera un trozo de tiza equivalente a √-1:
Ahora bien, cuando mi profesor de sociología me pidió “la raíz cuadrada de menos uno en trozos de tiza”, él se refería a un fenómeno escalar para cuya descripción son suficientes los números reales.
Por otra parte, si me hubiera preguntado cómo llegar desde su aula hasta un punto cualquiera de la Universidad es muy probable que se habría enojado si yo le hubiese dicho: “Camine doscientos metros”. Me habría preguntado con aspereza: “¿En qué dirección?”.
Como podrán ver, se trata de una magnitud vectorial para cuya descripción los números reales son insuficientes. Yo podría complacerlo diciéndole: “Camine doscientos metros hacia el Nordeste”, que es equivalente a decir “Camine 100√2 + 100√2i metros”.
No hay duda de que es tan ridículo considerar que la raíz cuadrada de menos uno es “imaginario” porque uno no la puede emplear para contar trozos de tiza, como creer que el número 200 es “imaginario” porque no sirve para expresar la posición de un lugar con respecto a otro.

1.1

Tal vez sin haber leído a Asimov, en “Bart to the Future” (episodio 17 de la temporada 11 de Los Simpsons) Marge intenta hacerle ver a Homero la inutilidad del número real 87 para conducirlo al lugar donde Lincoln, según la leyenda, enterró un tesoro:


Homero contesta la objeción vectorial de Marge con un desafío escalar, que pierde (o empata, los dos con cero barras de oro encontradas).

En la espacialidad sensata de Marge, el plan de Homero no tiene sentido: ignorar el origen y la dirección del viaje hace altísimamente improbable la llegada a un punto definido. (No imposible, porque todavía es posible que alguien tenga la altísima suerte de acertar con ese método tan deficiente: todavía es posible para Homero hacer un Homero.)
Si Homero no ve esa falta de sentido (ni siquiera registra lo que la causa: “¿Empecé qué a dónde?”), puede que sea porque en su espacialidad disparatada sí tiene sentido esperar encontrar algo con el único dato de cuánto caminar (lo que del otro lado vemos como una magnitud escalar renga: tiene módulo, le falta dirección). Aun con la objeción de Marge, Homero cava convencido (o con la fe) de que es posible y esperable dar con el oro de Lincoln dando 87 pasos desde cualquier punto y en cualquier dirección (lo que de este lado se vería como una espacilidad mágica, un comportamiento muy extraño de los puntos de un espacio, que siempre están donde se los busca).
Encontrar la famosa aguja en un pajar sin saber desde dónde y hacia dónde buscarla es todo lo difícil que parece y tal vez más, pero Homero lo desconoce. Al igual que la profundidad de la caída da la altura del vuelo, el tamaño de su decepción nos da el de su confianza terca en lo que, de ocurrir, sería cualquier cosa menos el mérito de un plan: un prodigio probabilístico, un golpe de suerte a favor de un tipo poco favorecido (el “tener éxito a pesar de la idiotez” –“to succeed despite idiocy”), etc.

1.2

Para indicar si esta es una vía paralela o perpendicular al mar, Villa Gesell verbaliza la diferencia y secuencia sin saltos cada una de esas dos clases de vías: las paralelas son “avenidas” (Avenida 1, Avenida 2, Avenida 3...); las perpendiculares son “paseos” (Paseo 116, Paseo 117, Paseo 118...). Necochea, en cambio, codifica esa información (si la calle tiene un número par, es paralela; si tiene uno impar, es perpendicular) y al hacerlo sube –o baja– la escalera de dos en dos (si cruzo la calle 83 y sigo derecho, la siguiente que cruzaré será la 85).
El dueto de un número par y otro impar identifica intersecciones en el mapa de Necochea como un número complejo identifica puntos en el plano. Para identificar cardinalidades, Ireneo Funes recurre a un no sistema similar al que usa una ciudad como Buenos Aires para identificar sus cruces de calles: una «rapsodia de voces inconexas».*
Dice el narrador en el cuento de Borges:
En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, gas, la caldera, Napoleón, Agustín Vedia. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie de marca; las últimas eran muy complicadas... Yo traté de explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario de un sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades; análisis que no existe en los “números” El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme.


2. Anclas

Los números complejos nos permiten movernos por el espacio como las formas verbales por el tiempo; veamos algunos anclajes en uno y otro.

Para el éxito de una referencia o una señalación, el tipo ideal de relación entre lo marcado y su marca es el que tiene un cuerpo con su reflejo o con su sombra: ante todo, deben estar minuciosamente sincronizados, cosa de la que debe ocuparse la marca. Pueden mantenerse acompañados estando en movimiento o estando en reposo o emplazados. Y si se separan, puede deberse o a un alejamiento de la marca o a uno de lo marcado. Sigamos por los dos casos de separación.

2.1 Desamarres espaciales

En la página 39 del libro Fábulas chinas (selección, traducción y notas de A. Laurent, Editorial Astri, Barcelona, 2000) está esta:
Un hombre del Reino de Chu cruzaba un río cuando se le cayó la espada al agua. Al momento hizo una marca en el costado de la barquilla.
–Aquí fue donde cayó mi espada –dijo.
Cuando la barca atracó se sumergió en el agua para buscar su espada, bajo el punto que había marcado. Pero como la barca se había movido y la espada no, el método para localizar la espada resultó ineficaz.

Discursos de Llui Bu-wei16

16Obra atribuida a Llui Bu-wei (¿-235 antes de Nuestra Era), una parte de la cual fue escrita por sus protegidos.

El título que tiene resume el caso: “Marcando la barca para localizar la espada”. Eso de montar una marca señalizadora en un vehículo que se aleja de lo señalado también sucede en Occidente y ahora:



2.2 Desamarres temporales

Digamos lo obvio: ni el almacén se alejó de la frase que lo apuntaba ni la espada de la marca que hacía lo propio, sino al revés. En cambio, es el momento reciente al que apunta la etiqueta “Jugo de naranja recién exprimido”, pegada en una botella, el que se aleja en el pasado y deja a la frase mintiendo, diciendo lo mismo que decía cuando era cierta.
Puede que no sea otra cosa que una sensación, o un mero efecto de perspectiva, eso de que la etiqueta queda y el momento laxo al que refiere pasa. La pérdida de la recientez también podría serle atribuida a la etiqueta, que al persistir se aleja de los momentos entre los que todavía es verdadera (si su existencia dependiera de su verdad, la veríamos desaparecer, repentina o paulatinamente, como el gato de Cheshire, como mucho en una hora).
Si esta segunda perspectiva explica tanto como la primera, en el peor de los casos el alejamiento que está a cargo de lo marcado pasa de ser algo dado a ser algo posible. Si tiene igual derecho a darse que la otra posibilidad de separación, será que todavía sigue sirviendo para ilustrar la variante. (Una tercera interpretación, la de una reciprocidad, podría ver a cada parte alejándose de la otra.)
La etiqueta de esa botella tiene en el tiempo el mismo corrimiento de ruptura referencial que la combi o el bote tienen en el espacio. Es la experiencia de un desamarre, que lo deja sin posibilidad de sentido, suelto y desfuncionalizado. Es un link roto, una referencia vacía, como para un X las palabras enral y zila, para el Averroes de Borges las palabras tragedia y comedia y para un ciego de nacimiento el color rojo, que es sólo una palabra.

2.2.1

Igual de fechada y congelada –y, por lo tanto, con el mismo envejecimiento prematuro, aunque esta vez instantáneo– es la verdad que tiene un reloj parado, que la empieza a perder en el instante siguiente a su detención. Su última verdad fue –y la dio a– la 1:43 pm, por ejemplo. Además de ser una hora precisable –1:43 pm– y definible –hora a la que se detuvo el reloj–, pudo quedar apuntando a un momento específico, con una carga distintiva: por ejemplo, y siempre y cuando las agujas no hayan saltado,*
Eso es lo que sucedió, si mi vista no me engaña: si no hubieran saltado, la aguja de la hora debería estar más cerca de las 2 que de la 1 a las casi menos cuarto,
hora del bombardeo que hizo que el reloj se detuviera:


Vista así, es la marca la que se queda atorada en el tiempo, que sigue fluyendo. Ese atoramiento es también una defunción. Son signos –de la hora del día, de la recientez del exprimido– que dejaron de funcionar. El reloj parado no da la hora, porque es incapaz de señalarla en exclusiva; si no puede reconocer sus dos coincidencias diarias, mal puede darlas a conocer.

2.2.2

Con precisión oportunista, una instantánea registra un momento presente, un ahora;*
La precisión de ese registro dependerá de su velocidad. No muestra lo mismo un fotograma de una filmación que usó 24 cuadros por segundo que uno tomado entre los 500 por segundo que grabó una cámara mejor.
con puntualidad continua, un reloj lo señala: este es el momento de... las 12:34:23 (abreviado, [ahora] son las 12:34:23). Desandando la retórica, lo que registra la foto no es un momento, sino lo que hay en su encuadre en el momento del registro (o ínfimamente antes). En cambio, un reloj sí señala un momento cada vez, no un cuadro de situación del momento.
Si el tiempo –y «el universo físico» con él– se detuviera, la etiqueta (quieta de por sí) y el reloj (paralizado junto con el resto de las cosas) se mantendrían sincronizados con los momentos a los que identifican señalando (un pasado vagamente cercano y un presente relativamente milimétrico). Pero si el flujo del tiempo no se detiene, más tarde –la etiqueta– o más temprano –el reloj– las marcas detenidas se quedan solas, apuntando a momentos que se fueron, o sea, señalando en el vacío, remitiendo a nada. (El mismo requisito de fluencia continua tienen, para conservar la sincronización con los momentos señalados, los dos deícticos temporales del chiste "Hoy no se fía; mañana sí", que son un amarre perpetuo.)


2.3 Infinitos desamarres existenciales: ¡A la nada y no más allá!

          Frente a una cuerda se concibe la idea de una serpiente; cuando se ve la cuerda, (esa idea) resulta sin sentido. [...] Cuando se ve las partes de aquella (cuerda), en ese caso también el conocimiento (de la cuerda) es ilusorio, como (el de) la serpiente.

          Tratado “El pelo en la mano”, Âryadeva.*
          En Budismo Mahayana, Fernando Tola y Carmen Dragonetti, Buenos Aires, Kier, 1980, páginas 92 y 94.

El indio Âryadeva, budista mâdhyamika del siglo III d.C., deja sugerida la continuación indefinida de la serie de desengaños. Esa infinitud eventual es literalmente remitir a nada. Implica que no hay debajo de n existencias ilusorias una que no lo sea,
    que se consagre como la meta de la remisión,
      que funcione como un anclaje seguro en la existencia,
        que resulte el reposo definitivo en un ser que no se va a desvanecer cuando nos acerquemos a ver mejor.
Para esta escuela budista, incluso el nirvana es una ilusión (y otra, la propia doctrina que afirma eso; y otra, la misma shunyata –vacuidad– que resulta de esa desintegración exhaustiva).
La doctrina que afirma eso parece coquetear con Epiménides: si digo que el nirvana es una ilusión, siendo el apagamiento o la extinción del deseo y de la conciencia que sigue a una (o a la) des-ilusión absoluta, ¿no estoy diciendo entonces que no hubo tal apagamiento porque la des-ilusión fue ilusoria, y que lo que hubo fue el engaño de una apariencia de des-ilusión, no un suceso real o consumado?
Al nirvana no se le puede pedir que se comporte como una de las cosas en los efectos de cuya des-ilusión consiste: nirvana es algo que debe ocurrir, no una entidad a lo serpiente, cuerda, parte de cuerda, etc.; y es algo –el desapego absoluto– que ocurre cuando se alcanza el conocimiento liberador de que andamos abrazando fantasmas. El autoabrazo de que el nirvana se incluya a sí mismo en la lista de lo ilusorio (en razón de que debe ser total) me hace acordar a la inscripción tardía de un conjunto en la lista de sus miembros.
Una cosa es apagar todas las interacciones con el medio y lograr el desamarre existencial absoluto; otra, que ese apagón universal sea una de las interacciones apagadas.

La shunyata implica que no hay unidad de existencia que no sea relativa a un juego de interacciones y/o a algún nivel de composición o integración; viene a disolver (la ilusión de) cualquier unidad de referencia composicional. No hay nada que exista por sí mismo, en vez de condicionado a y por otras cosas; no hay nada a lo cual aferrarse, si no es provisionalmente.
Un punto de referencia es un punto de apoyo. En el vacío que deja que no haya ninguno no hay movimiento porque no hay ni de dónde ni a dónde moverse. Leemos en la estrofa 58 de Las sesenta estrofas de la argumentación (o Yuktishashtikakarika), de Nagarjuna, maestro de Âryadeva:
De existir un punto de apoyo,
existiría la pasión
y, de ser destruido,
se produciría la liberación de la pasión;
(pero) para los mahatmans,
que carecen de punto de apoyo,
no existe ni pasión
ni liberación de la pasión.*
Fernando Tola y Carmen Dragonetti, Nihilismo budista, Premià editora, Puebla (México), 1990; páginas 82 y 83.

La pasión es como una enfermedad; la liberación de la pasión, su cura. Carecer de un punto de apoyo es privarle de una playa de desembarco a la pasión, de la que entonces no habrá necesidad de liberarse. Más vale prevenir que curar, nos reiteran el doctor Nagarjuna y los mahatmans.
¿Cómo prevenir? Si la pasión es el apego a lo que se toma por real (y si real es lo que existe por sí mismo, lo que no surge condicionado ni es una pieza de otra cosa), el conocimiento de que nada es real le deshace el objeto al apego, que entonces cesa.
Alguien que fuera gobernado por esa convicción sería perfectamente inmutable: absolutamente insobornable y absolutamente imperturbable (no habría premio que lo persuadiera de cambiar ni castigo que lo disuadiera de continuar).

3. Extravíos

Hasta acá vimos condiciones de funcionamiento y casos disfuncionales de los signos de orientación (puntos de referencia); es el turno de hacer foco en su uso. Un usuario en problemas con signos de esos es algún tipo de extraviado.
La nada que juega de destino de un link roto puede jugar también de ámbito sin referencias. El horror al vacío es el horror a no tener ningún punto de referencia, ni siquiera uno con el que engañarse. En una multitud confusa (como en un laberinto de espejos o en un bosque cerrado) uno se pierde porque no puede saber cuál de los muchos puntos de referencia candidateados –y parecidos entre sí: confundibles– es el verdadero. En un vacío, no hay candidatos a ser puntos de referencia; no hay ni puede haber referencias.
Es la misma diferencia que hay en “Los dos reyes y los dos laberintos”, relato de Borges, entre el elaborado laberinto de Babilonia (obra de «arquitectos y magos») y el (anti)laberinto del rey árabe, el natural desierto (pero de a pie y a tres días de cabalgata, con el rey de Babilonia inútilmente libre para moverse). (Sigue...)

3.1


Valparaíso, Chile. Mapa emplazado en...

Antes de los GPS, no había mapas ni planos transportables que dijeran su ubicación (y con la suya la nuestra). Tampoco la decían, hasta no hace mucho, los mapas y los planos fijos, emplazados en algún interior o en una calle, por ejemplo. La culpa de esta demora no la tuvo la teconología, sino el diseño: bastaba con señalizar ese emplazamiento con un cartel que dijera Usted está aquí, o apenas Vos. Es un dato cuya averiguación se le puede ahorrar fácilmente al usuario del mapa fijo, para dejarle sólo la averiguación de dónde se encuentra el lugar al que quiere ir.
Esa señalización, que en cualquier desierto profundo sobra, en el mapa de Valparaíso falta. La suple el borrón que vienen haciendo los dedos de los turistas, incómodamente conscientes de que no les sirve de nada ubicar el lugar al que quieren ir si no pueden ubicar el lugar donde están. Los puntos de llegada de los paseos varían, aun con destinos típicos; el de partida es el mismo para todos.
Esta unanimidad le da a su desgaste una ventaja enorme sobre los desgastes de los otros lugares toqueteados. Sin esa ventaja, no sería el único visible (como único tiene que ser en cada plano eso que el desgaste único termina siendo en ese plano de cerros porteños: un Usted está aquí).
Si ya a la distancia podemos ver en el mapa la intersección de calles donde estamos (porque está señalizada, por ejemplo), no necesitamos acercar el índice para indicarles a los ojos dónde mirar.
Los que tocaron el mapa de esa parte de Valparaíso, no vieron antes de hacerlo ningún borrón, y mucho menos uno significativo. Algunos lo ven ni bien lo tocan, y otros un poco después. Pero algunos no lo ven nunca, o si lo ven no ven sus implicaciones, su significatividad. (No pueden saber que participan de un obra que no ven.)
Los que no tocan el mapa para señalar dónde están probablemente es la segunda (o la enésima) vez que lo usan, y lo tocaron en la primera. Y si esta es la primera vez de alguno de los que no tocan, que pudo ver el borrón y entender Ahí donde está es donde estamos, es alguien que le debe su inferencia a los que no pudieron –iniciadores de obra– o no supieron –continuadores– hacerla.

En ese mapa de Valparaíso, muchos dedos sin proponérselo han colaborado en dibujar un vacío que puede ser visto y usado para orientarse; los dedos de todos desgastan, los ojos de cada uno leen. Pasemos ahora a una interacción en que la vista se ve relevada (y liberada) por los dedos, que se ponen a leer. Son los dos dedos índices, pero leen lo mismo que los ojos en el mapa despintado: la respuesta a un ¿Dónde estoy?.
Las marcas para el tacto –sendas rayas en alto relieve– que tienen la F y la J en un teclado físico QWERTY de computadora (o de celular) también son un Usted está aquí, la respuesta tan requerida. Y desde aquí ya sabe –si sabe usted escribir con todos los dedos, en cuyo caso no es usted sino sus dedos los que ya saben– dónde están las demás teclas, sin necesidad de mirar.
Para alguien con pésimo sentido de la orientación, escribir así es contrapesar esas incertidumbres de extraviado con la serena experiencia de estar siempre orientado, por ejemplo durante todo este tipeo.

3.2

Al igual que un jugador de ajedrez, puedo no saber de dónde vengo, y aun así saber a dónde voy, si sé dónde estoy. Pero si no sé a dónde voy, aun si sé de dónde vengo estoy perdido: no sé en qué punto del viaje estoy, sepa o no ubicar mi posición actual en un mapa.
Luego, el momento más importante de un viaje a algún lado es futuro: el momento de la llegada, cuando se completa la acción y se cierra un todo, como quien logra dar un pasito o llena un album de figuritas. El presente es el de un tránsito que apunta a la meta, que no olvida cuál es su Norte ni se desvía.
En la frase hecha Mi Norte es X, el Norte es la meta –con perdón de la obviedad. Pero la aguja de una brújula apunta siempre al Norte y con eso nos orientamos; sólo para quienes van hacia el Norte, la aguja apunta al punto de llegada. Los otros tres grupos de viajeros deben trazar (o ver trazada) una línea que apunta al destino, orientada respecto del Norte apuntado por la aguja. Pero esa mayoría no impide que el dicho nazca de (la perspectiva de) la minoría norteña autoorientada.
La palabra que usamos para decir que nos ubicamos y ubicamos otros sitios en relación con un punto de referencia tiene otra preferencia cardinal: nos orientamos con el Oriente, con la salida del sol. Y si es de noche y estamos en el hemisferio adecuado, la Cruz del Sur vuelve a cambiar el punto cardinal de referencia y la coincidencia con otro cuarto de las metas. Pero quien tiene una meta o un objetivo no tiene ni un Este ni un Sur, sino un Norte.

Entre 1952 y 1953, Mijail Bajtín escribe en “El problema de los géneros discursivos” (Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI, 1998, p. 276; traducción de Tatiana Bubnova): «Al seleccionar las palabras partimos de la totalidad real del enunciado que ideamos,* ...». El asterisco nos remite a esta nota al pie:
Al construir nuestro discurso, siempre nos antecede la totalidad de nuestro enunciado, tanto en forma de un esquema genérico determinado como en forma de una intención discursiva individual. No vamos ensartando palabras, no seguimos de una palabra a otra, sino que actuamos como si fuéramos rellenando un todo con palabras necesarias. Se ensartan palabras tan sólo en una primera fase del estudio de una lengua ajena, y aun con una dirección metodológica pésima.
Los enunciados que llevamos a cabo están como planeados, pero por el lenguaje, no por nosotros. No podemos volvernos conscientes del “plan” si no miramos qué hace el lenguaje cuando lo usamos. Y entonces vemos –o ve Bajtín y nosotros vemos su visión– que el lenguaje procede por totalidades a rellenar y no por parcialidades a ensartar, y ahí advertimos que ese relleno sigue un plan, por así decir. Las piezas autónomas y solidarias del enunciado, las palabras, van ocupando lugares previstos, que son los que traman ese todo que ellas van rellenando.
A la larga, un enunciado es una sociedad de palabras vinculadas entre sí inmediata o mediatamente; llevarlo a cabo es ir satisfaciendo esos vínculos (con la complejidad mínima de necesitar distinguir uno mediato de uno inmediato, y esto cada vez y con cada societaria).

3.2.1

Keith Jarrett - El arte de la improvisación
(Mike Dibb, 2005)

Toma 1

Lo anterior no significa que toda experiencia de ensarte, con un destino inexistente o desconocido, sea una experiencia angustiante (desde una ansiedad o desasosiego a un pánico), como la de haberse perdido. Lo será si necesito y no tengo un destino al que rumbear (y más si en eso me va la vida). Porque una improvisación, que a su manera es un ir ensartando, es una experiencia placentera que prescinde de (en vez de sufrir por no tener) una orientación definida, un Norte.
«Caminante, no hay camino: se hace camino al andar», escribió una vez Antonio Machado y cantó muchas Serrat. El modo de moverse que tiene un carpe diem, resolviendo tramos cortos, contrasta con la larga línea recta (o lo más directa posible) de
      cumplir un objetivo complejo,
      llegar a una meta,
      cerrar un ciclo,
      coronar un destino,
      completar un recorrido,
o como se lo quiera llamar.
Una escalera no es el tipo de arquitectura que favorezca la deriva de un improvisador: está hecha claramente para unir dos puntos (que están a distinta altura; para alturas similares están los puentes –si por debajo corre un abismo–, los túneles –si por arriba hay una mole y no hay paso a nivel– y los caminos –si en vez de puentear la zona media o pasarle por abajo es posible y es más fácil transitarla, atravesarla de punto a punto). Orientado para que lo lea quien empieza uno de esos viajes teleológicos –un descenso–, un graffiti de Valparaíso (que es una letra de Jorge Drexler) nos insta a


Una proclama tramista se grafitea en dominios desenlacistas, como es una escalera (y encima en pleno uso arribista). En cambio, cuando ocurre la intervención inversa el desenlacista no es un rebelde que deja una proclama, sino una autoridad que viene a corregir un curso de vida sin rumbo, una vida sin futuro, etc. Y no lo escriben, lo dicen y lo machacan, lo hacen sentido común: Sentá cabeza, Tené un Norte, Orientá tu vida “hacia un destino definitivo”, etc.
La certeza con que actúan los deja ciegos a la posibilidad de que tal vez lo que haya ahí sea otro tipo de movimiento: uno que no sufre la falta de un punto de llegada (meta de un viaje, objetivo de una misión o destino implacable) porque está libre de necesitarlo y de desearlo, ya que consiste en un surfear, no en un navegar hasta tal puerto; por ejemplo, consiste en un vagar por donde nos lleve una improvisación, “adonde sea que vaya”.

Toma 2

«No vamos ensartando palabras, no seguimos de una palabra a otra»: no vamos improvisando; vamos cubriendo lugares previstos, completando una totalidad que ideamos y nos antecede: «rellenando un todo con palabras necesarias».
Además de los que están «en una primera fase del estudio de una lengua ajena», también va ensartando lo suyo Keith Jarrett cuando improvisa: sigue de una nota a otra, sin ir a ningún lugar escrito (sin ningún destino al que deba apuntar) y, por lo tanto, sin tener ningún camino del que pueda desviarse.
Entonces, sin la obligación de conectar “una cosa con la otra”, lo que hace un improvisador es “ir de cero a cero o adonde sea que vaya”. Su diferencia con un intérprete es la diferencia entre viajar de A a B y salir de A para ir adonde lo lleven a uno las circunstancias, los accidentes o los golpes de timón que alteran rutinas o planes. O también: es la diferencia entre estar cumpliendo y completando un recorrido (foco en el futuro, tiempo de la meta y el cierre del hecho) y estar en una aventura (foco en el presente de un hecho abierto, tiempo de la transición “de cero a cero o adonde sea que vaya”).
La libertad de no deber ningún regreso ni ninguna visita hace de todo lugar un posible destino o hito y de ninguno un destino o hito necesario. (De un modo similar, el cuadro prometido que la muerte dejó incumplido es ahora una cosa «ilimitada, incesante, capaz de cualquier forma y cualquier color y no atada a ninguno».)

3.2.2

Tener un destino del ir es tener un todo; perderlo es perder ese todo, como quien hablando pierde la guía de «la totalidad del enunciado» de la que parte al «seleccionar palabras»: ¿Qué te iba a decir? o ¿Adónde iba con todo esto?, suele pedir auxilio el que pierde el hilo de lo que venía diciendo, un nomeacuerdense en uso de la palabra. O también: haberse perdido es haber perdido ese todo que nos daba un sentido, que nos marcaba un trayecto a cubrir (viajando o –agregaría Bajtín– hablando).

Hay algo peor que intentar construir un enunciado ensartando palabras: no poder construirlo por no tener dónde ensartarlas (por ejemplo, porque la anterior se ha esfumado antes de que se le uniera la nueva, que tendrá la misma evanescencia). En la ADVERTENCIA de Guitarra negra,*
Ediciones Tres Tiempos, Buenos Aires, 1978; pág. 13.
Spinetta propone «que se olvide cada palabra a medida que ella se lea». Lo que hablando se intenta hacer ensartando palabras, leyendo se deshace olvidándolas. En el primer caso, sumando se pretende llegar ahí de donde se debería partir (la totalidad); en el segundo, restando lo sumado cada vez no se puede pretender totalizar nada distinto de cero. Si la intención de construir y la pretensión de llegar se quedan en eso, el fracaso en hacer un todo lo padece agónicamente el ensartar en lugar de rellenar e instantáneamente el borrar con el codo lo que escribí con la mano.
Olvidar una palabra es borrar también las expectativas que genera y el registro de las que satisfizo, que son sus nexos con el resto. Si los elementos de un enunciado no pueden agruparse (porque no pueden ser retenidos), no puede haber enunciado. El lector olvidadizo que propone que seamos Spinetta leería la palabra «Yo» y tal vez antes de olvidarla se preguntaría si había otra antes o es la primera; leería después la palabra «nacía» y tal vez pensaría que en la que acaba de olvidar o en una por venir podría estar el dato de quién; leería después «como» habiendo olvidado «nacía» y «Yo», y así siguiendo. Cuando llegase a «brotes» no tendría la menor noción de haber llegado al final de algo, a un cierre (el de la primera frase del primer poema del libro: «Yo nacía como un pato salvaje / pero era sólo consumación de brotes»).

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