Apuntes quinológicos (Razón y humor)




   Este ensayo nació como un brote lateral entre el penúltimo y último párrafo de la subsección “5.6 Tipos de humor” del ensayo “Entusiasmos XV (El planeta de los deseos)”. De una tipología de ilogicidades, hecha a partir de un corpus de unos 15 casos de “I, Mudd” (Star Trek, 02x12, 1967), pienso en los únicos tres tipos de humor:
       uno basado en conexiones arbitrarias, ansiosa o serenamente sorprendentes (el dislate);
       otro basado en conexiones inversas a las esperadas 'por lógica' (el contrasentido);
       y otro basado en conexiones reglamentariamente imposibles (un absurdo lógico, a.k.a. paradoja formal) o ridículamente posibles (un absurdo práctico).
   Con la ambición de dar un paso más en el planteo, en este ensayo voy a tomar como corpus algunos chistes de Quino con “absurdo, locura, irracionalidad, ilogicidad”, que es lo que el Capitán Kirk dice que deben arrojarles a los androides hiperlógicos que los tienen cautivos. Y voy a volver a convocar a Garcés, “el filósofo de La Colifata”.

1. La anarquía lógica

   Un ejemplo del primer tipo de humor, el de conexiones arbitrarias, puede ser este chiste de Gente en su sitio (1979):


   De un total de 8, hay 2 preguntas sin respuesta (nacionalidad y profesión) y 2 respuestas sin pregunta (documento y antecedentes de salud). El resto son 6 preguntas contestadas desordenadamente. La arbitrariedad de esas 6 conexiones, y también la de los 4 cabos sueltos, está limitada a los datos típicos de una ficha de personal.
   En ese contexto, es menos arbitrario contestar «Casado» a «¿Fecha de nacimiento?» que contestar «De crema rusa y sambayón». Esta respuesta, a diferencia de las dos sin pregunta, no es uno de esos datos típicos de registro laboral. Si la respuesta sale del repertorio y se libera de ese y de cualquier tema, se abren ilimitadamente las posibilidades de su arbitrariedad, es decir: ahí sí que podrías contestar cualquier cosa.
   Pero incluso en los límites de ese repertorio, los informes falsos no parecen tener ninguna lógica de sustitución de los verdaderos, como sí en el Reino del Revés, donde las relaciones son las inversas a las esperadas (contrasentidos): el pez vuela en vez de nadar, el pájaro nada en vez de volar, un perro pekinés cae para arriba en vez de para abajo, etcétera. Una subsección más y llegamos ahí.

1.1

   Este otro chiste de Quino (Humano se nace, 1991) no tiene conexiones arbitrarias, pero me interesa porque sale por arriba del dilema de contar o no con una clave de sustitución:


   En esta burocracia hay una clave de continuación cifrada en un decir popular, que puede descifrar cualquiera «con un mínimo de lógica» y algo más. El desciframiento requiere inmersión social: «No me dirá que nunca oyó hablar de ESTO y LO OTRO». Por lo tanto, ese «mínimo de lógica» es un mínimo de sentido práctico, de sentido común.
   O podemos escanear en reversa: por lo mismo que es común, es un sentido que sólo se adquiere en inmersión social, jugando a las interacciones y desarrollando una inteligencia de juego (praxis y teoría retroalimentándose, ponele). Y por lo mismo que es social, también es histórico: es el sentido de lo normal y lo correcto –suele ser el de la clase dominante– que se maneja en una sociedad situada y fechada.
   En la «sociedad perfecta» de otro chiste del mismo libro, con otra burocracia basada en otros lugares comunes, la diferencia entre el acierto y el error de adónde ir y con quién hablar es quiasmática: para «trámites determinados», hay que dirigirse al «lugar justo» y hablar con «la persona indicada»; para «trámites correctos», hay que «dirigirse al lugar indicado y hablar allí con la persona justa».
   ¿Y si un trámite determinado, un trámite X, es también un trámite correcto? ¿O lo que hay son trámites determinados correctos, llamados correctos a secas, y trámites determinados incorrectos, llamados determinados a se­cas? Quedémonos con que lo correcto no está al revés y volvamos al dibujo anterior.
   El chiste juega a sorprender nuestra normalidad, nuestro sentido común, representado por el protagonista. Compartimos su extrañeza en las viñetas 6, 7 y 8. Nos separamos en el remate: a él la respuesta lo deja perplejo y a nosotros nos causa gracia.
   Es la gracia más antigua, la que conocemos desde que empezamos a reír (a reaccionar a un estímulo riendo). Sólo que en vez de ver un choque chaplinesco entre dos o más personas (o autitos), vemos chocar lo nada obvio que nos resulta el criterio usado y lo muy obvio que le resulta al burócrata («Es elemental»).
   Alguien sobreentiende algo que para otro y para nosotros es insospechable, incluso conociendo la frase (usada también por Unamuno). No es fácil descifrar la clave que aclara qué presentar ALLÍ, pero al menos hay una curva de aprendizaje que culmina con éxito, cosa que no pasa en Informes. Esta burocracia tiene un sentido, por críptico que sea; la otra, ni eso: el sinsentido de las sustituciones –el hecho de que no sigan un criterio– hace fracasar toda búsqueda.

2. El Reino del Revés

   En cambio, en un reino del revés el sentido de las sustituciones está claro y no hay que buscar mucho. Las inversiones de María Elena Walsh eran acciones: el nado de un pájaro, el vuelo de un pez, la caída hacia arriba de un pekinés... En este otro chiste de Quino (¡Qué mala es la gente!, 1996), es la identidad de los animales lo cambiado, no sus acciones:


   De hecho, sus acciones particulares no importan mucho, además de ser la misma: con garras y pico, garras y dientes, o cuernos y toneladas, todos hostigan. Creo que más relevantes son las acciones que hacen la chica y sus vecinos usando a los animales. Mejor dicho, la acción: disfrutar aterrando, en el contexto de un conflicto que escala.
   Lo que se muestra desmiente lo que se dice; la imagen desmiente a la palabra, como en tantos chistes. En este, la desmentida resulta del choque entre lo pequeño e inofensivo que se declara (una mariposa, un ratón y un caniche), y lo grande y peligroso que se muestra (un cóndor, un león y un elefante, furiosos y hostiles).
   Minimizado en lo que se lee y maximizado en lo que se ve, cada animal perseguidor es un arma nueva y superior en la carrera armamentista de la chica y sus vecinos, un escalón en la escalada por dominar intimidando. La relación tamaño/fuerza y la meta de dominación son las mismas que hay en la competencia de a ver quién la tiene más grande.

2.1

   Este otro chiste, también de Humano se nace, combina los dos tipos de humor vistos hasta acá:


   El chiste empieza con un tipo de humor (el contrasentido, la inversión: la música suena a monedas, las monedas a música; el perro maúlla) y sigue con otro: el humor absurdo, el sinsentido de equivalencias arbitrarias (un «café» = un chop; una «ginebra» = un café).
   Si el mozo le hubiera llevado una ginebra cuando pidió un café, pedirle una ginebra y recibir un café habría formado un par de inversión, como música y monedas o perro y gato. Otro par se habría formado si, al ver lo servido, el hombre hubiera pedido un chop y recibido un café. Pero así como está, con la triangulación, es una conexión arbitraria: el nombre de cualquier otra bebida distinta a la ginebra –descartados café y chop– podría haber significado 'café'.
   Si el cliente infirió cómo llaman «en su país» al café (ginebra) viendo lo que le trajo el mozo cuando pidió un café (un chop), la regla de esa inferencia transitiva se me escapa por completo. Y si en lugar de inferirlo lo recordó, el cliente «conoce cómo funciona todo» obligado a retener los significados (las equivalencias) de «una rapsodia de voces inconexas», como el sistema de numeración de Funes el memorioso.
   Tal vez el lenguaje del país al que vuelve el protagonista está dentro del conjunto pensado en este paréntesis de otro cuento de Borges, “La biblioteca de Babel”:
«(Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo ginebra biblioteca admite la correcta definición bebida que se hace por infusión con la semilla tostada y molida del cafeto ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero ginebra biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las catorce siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?)»
   Al mismo conjunto pertenecerían el reguidio y el español si dejaran de ser iguales por cambiar la «correcta definición» de las palabras –los significados en uso– conservando «el mismo vocabulario».

3. Lo paradojal y lo paradójico

   Si somos flexibles, el tercer tipo de humor explota lo paradojal y lo paradójico. No sé qué tan bien dos palabras tan emparentadas lograrán nombrar las dos cosas que quiero diferenciar, pero espero que la diferencia quede clara.
   Toma 1. Lo paradojal es un contrasentido que no se resuelve; lo paradójico, uno que sí.
   Toma 2. Lo paradojal es indecidible: las partes en conflicto deben y no pueden imponerse (por ejemplo, ser la verdadera). Lo paradójico –también se usa irónico– no te deja indefinido el duelo por la verdad; sólo te dice cómo es esa verdad victoriosa: opuesta a la que esperabas, cuasi-contradictoria, contrastante.
   Toma 3. Lo paradojal sabotea la fábrica de datos; paraliza su producción. Por su parte, el dato paradójico tiene una disonancia llamativa, pero sigue siendo dato.
   Ejemplos. Paradojal es el cuchillo sin mango ni hoja imaginado por Georg Christoph Lichtenberg, que es la nada misma; paradójico es el cuchillo de palo en casa de herrero, que es algo. O la estatua de Franklin partida por un rayo. O el ingeniero hidráulico que pinchó un caño de agua tratando de colgar su título. O cualquier chiste de la serie ¿Cuál es el colmo de...?. O los juegos de palabra de la canción “Lo malo de ser bueno”, del Cuarteto de Nos.

3.1

   Dejemos para más adelante la indefinición insoluble de lo paradojal. Sigamos con duelos que se resuelven, pero no a favor de una verdad paradójica: se deduce una falsedad a partir del planteo, que parece desmentirse o refutarse a sí mismo. Para introducir mejor los dos casos que voy a usar, volvamos al anterior del anterior.
   Si en vez del chiste entero dispusiéramos sólo de las palabras de la chica, no tendríamos por qué pensar que «mariposa», «ratón» y «caniche» se refieren a otros animales. Sin las imágenes no habría desmentida. No habría nada en esa enumeración verbal que nos hiciera inferir que es falsa, y menos que la verdadera es cóndor, león, elefante. Su falsedad no es necesaria, es contingente: podría no serlo.
   En cambio, no podría no ser falsa tu muerte en tu autobiografía, como puede verse en este otro chiste de Humano se nace:


   En el género realista del relato y la velada, es inverosímil por imposible que vivas para contarla, si te morfó un león y devolviste el préstamo de huesos. Si hay un recuerdo implantado que no podés tener, es el de haber muerto definitivamente.
   Se aplica lo que Epicuro le escribe a Meneceo: si tu muerte está, vos no estás; si vos estás, tu muerte no está. La lingüística lo llama distribución complementaria: cuando está A no está B, y viceversa; y nunca están ambos (“Este mundo es demasiado pequeño para los dos”, se escucha al principio de un duelo en varias películas).
   Y el problema es que acá están ambos, el narrador y su muerte. En otro juego se podrá (varias ficciones le dan la voz contante a un muerto), pero en este no; acá narrar tu muerte pasada es falsearla automáticamente. Andá a tirar tu magia a un género no realista, desde fantástico o maravilloso hasta onírico.
   Una vez soñé que recogía mi cadáver de la orilla del mar. Sabía que el recién ahogado era yo (lo tenía presente, acababa de 'vivirlo'/soñarlo), pero no la sentía propia a mi muerte. Si la podía atestiguar, era que estábamos separados.
   Cualquier distancia con la propia muerte consumada la desmiente o la relativiza; cualquier conciencia de sí es una distancia de esas.
   Toma 1. Que un rayo haya partido la estatua de Franklin es posible y, además, verdadero (en el chiste), por irónico o paradójico que nos parezca. En cambio, que el narrador y protagonista del safari haya muerto es imposible y, por lo tanto, falso (más precisamente: es imposible que suceda y, por lo tanto, la afirmación de que ha sucedido es falsa).
   Toma 2. Lo paradójico/irónico de que justo sea la casa del herrero no hace falso que ahí hay un cuchillo de palo; lo hace raro, 'loco', inadecuado, insólito, contradictorio, irónico, paradójico, pero no falso: no nos queda un "No es así", sino un "No debería ser así; es muy distinto a lo que esperaba". Por su parte, lo ilícito hace falsa aquella muerte narrada, que no es así porque no podría ser así.

   Del menú de conflictos reglamentarios, este es una desmentida instantánea, una autorrefutación. El problema se resuelve en el acto, a diferencia de lo que pasa con otro item del menú: una paradoja lógica o semántica. En la del mentiroso –caso testigo–, el equilibrio de fuerzas opuestas hace irresoluble el conflicto, que parece petrificado (cual estatuas de mármol de un perro infalible persiguiendo a una zorra inatrapable). En vez de una desmentida instantánea tenés una duda eterna.
   En la duda eterna hay una desmentida de doble mano, recíproca y equipotente: con igual fuerza y/o razón, A desmiente a B (demuestra que lo que B dice es falso) y B desmiente a A (demuestra que lo que A dice es falso). La desmentida instantánea es de mano única. Veamos esta diferencia con ejemplos.
   No es que “Todo lo que digo es falso” es falso, o que es verdadero; es paradojal: debe y no puede ser verdadero, debe y no puede ser falso. “Fui a un safari” no es paradojal: puede ser verdadero o falso, sin inconsistencia alguna. Pero “Me devoró un león en un safari” debe (=no puede no) ser falso –y así lo entendemos y nos causa gracia que el anecdotero no la ve.
   Hay una desmentida, pero no hubo una mentira. Detrás de esa falsedad no hay alguien engañando a su audiencia. El narrador no finge; está tan convencido de lo que cuenta que a él también le sorprende estar vivo cuando se ve en el espejo, hacia donde lo orientó el llanto de autoconmiseración.
   De hecho, él todavía sigue perplejo mientras sus dos contertulios ya lo ignoran detrás de un diario. Última viñeta y el narrador no ha llegado a aquella inferencia. Todavía no acepta que eso es absurdo pero tampoco lo defiende. La perplejidad lo mantiene en la ancha avenida del medio, aunque el sentido común le pide que cruce de una vez.
   Resumiendo y redundando, para ir cerrando: otra vez algo macro juega a tener una superposición cuántica de estados (como estar vivo y estar muerto, salga gato o gallareta parlante). Perpetrar el imposible de sobrevivirle a tu muerte habilita una autotanatografía, absurdo a partir del cual inferimos la falsedad del desenlace fatal: no puede ser cierto algo imposible; es necesariamente falso. Ahí está el narrador, que no me deja mentir. Narra; luego, existe.

3.2

   Un absurdo emparentado con el anterior es negar la existencia del canal usado para negarla. Podría ser alguien que por teléfono le dice a otro que los teléfonos no existen; pero impacta más que el medio negado durante su uso sea la misteriosa y deseada telepatía (Déjenme inventar, 1983):


   Negar la telepatía usándola es como negar un superpoder ejerciéndolo (o un milagro obrándolo). El efecto es otra desmentida necesaria. En los dos chistes, lo que dice el protagonista es falso: el narrador no murió y la telepatía existe. Las moralejas son las leyes transgredidas: lo que se usa no se niega y no podés coexistir con tu cadáver (porque no podés sobrevivirlo).

3.3

   Como se deshace la veracidad de esa muerte autobiográfica en el acto de narrarla, o la veracidad de la inexistencia de la telepatía en el acto de usarla, debería deshacerse la prohibición de prohíbir (Hombres de bolsillo, 1977):


   Toma 1. Quino pasa por encima de la autoaplicación y le aplicla esa prohibición de prohibiciones a otra prohibición de no sabemos qué (es una prohibición en blanco, un prohibir algo, lo que sea). En la práctica, aquella metaprohibición se exceptúa de su alcance, como el cartel de "Prohibido fijar carteles": prohibido prohibir otras cosas, prohibido fijar otros carteles.
   Toma 2. En "Prohibido prohibir" no hay en juego una verdad, por lo que no es una autorrefutación o autodesmentida. Hay en juego una acción, que al ser objeto de sí misma se deshace en su primera aplicación. Quino deja de lado este detalle y hace que la prohibición se aplique a otra prohibición, o sea, a cualquiera excepto ella (si llegase a ser a todas, habría un mundo sin prohibiciones, o con una sola; en el nuestro, un monumento a la libertad está paradójicamente rodeado de prohibiciones).

3.4

   Llegó el turno de lo paradojal. En la introducción del ensayo digo que hay absurdos lógicos y absurdos prácticos. Empecemos por los primeros. Repito su rasgo distintivo: presentan una igualdad de fuerzas opuestas, que resulta paralizante; resolución lógica del problema no hay.
   Quino tiene dibujos con igualdades irresolubles, pero los términos son idénticos, no opuestos. Así, deja indecidibles –simetrías mediante– quiénes suben y quiénes bajan por una montaña, quién sueña y quién es soñado, quién es el original y quién es el doble, por ejemplo.
   ¿Quino tiene dibujos con igualdades irresolubles de términos opuestos (a.k.a. paradojas)? Entero no vi, pero hasta la mitad sí: es un chiste de Mundo Quino (1963) en el que hay una resolución práctica de una paradoja lógica. Es una versión con dos burros de una historia que suele tener uno (un asno para Buridán o un ser humano para Aristóteles y el Dante, por ejemplo):


   En realidad, Quino bien puede desconocer que está reversionando una paradoja antigua, porque lo que está haciendo a conciencia es parodiar un dibujo contemporáneo y edificante, de esos que colgaban enmarcados en paredes de oficinas y hogares (como se ve en la película de Raimundo Gleyzer Los traidores, de 1973):
   Variar de uno a dos burros hace que ambos dibujos sean sendos resultados del dilema del prisionero jugado una sola vez. En el dibujo parodiado, la resolución del estancamiento por igualdad de fuerzas pasa por (empezar a) cooperar: los burros desisten de imponerse y acuerdan comer juntos ambos montones; en la parodia, pasa por competir aun más, que es la solución contraria. La cooperación que comparte/distribuye la comida es reemplazada por la competencia que la concentra en una sola panza.
   El dibujo parodiado es optimista. La parodia de Quino terminó siendo realista: con casi dos décadas de posguerra y Estado de Bienestar, la tendencia –por incipiente que sea– es al individualismo de la patada ventajera, que unos 16 años después recibirá la bienaventuranza de «los pobres de escrúpulos», de quienes «será el reino de las multinacionales». Quino la ve venir y para hacerla más visible la exagera –o tal vez sólo la esté dibujando con el tamaño que tendrá, no el que tiene.
   Por los mismos años bisagra del chiste, Martínez Suárez muestra en El Crack (1960) esa misma tendencia en el fútbol y sus negocios, donde la victoria cotiza cada vez más alto porque da cada vez más ganancias.

   Volvamos a la relación en­tre la parodia de un dibujo pro­bablemente inspirado en la paradoja de Buridán y la paradoja misma. Quino sustituye, como factor paralizante, un equilibrio de razones (de 1 burro) por uno de fuerzas físicas (de 2 burros). Este equilibrio, a diferencia del otro, se puede romper con un acto arbitrario, como matar o desmayar de una patada al rival. O puede romperse con un acto consensuado de cooperación, como en el dibujo parodiado. Elige tu propia ruptura, pero entérate de la que eligió tu sociedad.
   El equilibrio de razones paraliza; falta una razón suficiente para actuar. El equilibrio de fuerzas moviliza: si no cooperan, la victoria puede ser para el primero que le entre por afuera al asunto y desequilibre (¿'pensamiento lateral' o golpe bajo?). Del laberinto se sale por arriba o a las patadas, lo que suceda primero.

3.5

   Hora de hablar de los absurdos prácticos, los ridículamente posibles.
   Un absurdo lógico (o conceptual) es un tema de diseño, concepción, proyección; el problema es que resulta irrealizable. Un absurdo práctico (o funcional) es un tema de confección, realización, puesta en práctica; el problema es que resulta ineficiente.
   ¿Por qué acciones podés ser ineficiente? Por ejemplo, por sabotear de fábrica la funcionalidad de un porta sachet de plástico haciéndolo demasiado blando o de una letrina haciéndola de dos pisos o de un tobogán haciéndolo casi perpendicular. O por complicar la cosa excesiva e innecesariamente, como hace el personaje de este otro chiste de Humano se nace:


   Lo que el procedimiento tiene de ilógico lo tiene de impráctico, lo que tiene de impráctico lo tiene de ineficiente, y lo que tiene de ineficiente lo tiene de complicado. Ya la ubicación del libro en la biblioteca es complicada, y lo sería aún más si se tratara de un volumen de consulta frecuente o de lectura actual (iría por la mitad).
   En estos dos casos podría hacerse una excepción al sitio asignado por la catalogación: un desorden provisorio, limitado a la finalización de la lectura o al abandono de las consultas; después el exceptuado volvería a su lugar.
   Al lector de Introducción a la lógica no le falta un criterio o método (una racionalidad) para alcanzar el libro; el problema es el criterio o método que tiene, que difiere mucho del que indicaría una «elemental» inteligencia razonante, armada con la navaja de Ockham.
   Hay métodos más eficientes para bajar un libro que concatenar un banquito y tres escaleras. Es posible, y hasta exitoso, pero no es inteligente complicarla tanto; le resta practicidad. (Lo que esa resta tiene de sorprendente lo tiene de codiciada por artistas y humoristas.)
   Entonces: quedamos en que un absurdo práctico resulta de una falta de inteligencia (o sea, de lo razonante). Puede ser una falta real, como la del fabricante del porta sachets demasiado blando (doy fe), o una ficcional, como en Los Simpsons la letrina de dos pisos o en Quino el método para bajar un libro alto (como el tipo no se cae de la escalera, es una falta inocua, a diferencia de las otras dos).

4. Volada para un loco

   En cambio, la locura según Garcés «fundamentalmente es la pérdida de sentido común» (o sea, de lo razonable). Vuelvo por enésima vez a su distinción entre racional, razonante y razonable porque vuelve a llamarme. Y vuelvo con la esperanza de entenderla mejor, o al menos diferente, si es que antes realmente satisfice la esperanza de Garcés (“espero que haya gente que me sepa entender”).
   Además del link al ensayo correspondiente, vale la pena poner también acá el audio de La Colifata donde hay una definición de la locura, una negación de su existencia y dos confirmaciones (negaciones de esa negación) con ejemplos de distintas ramas:


La Colifata, Rompiendo muros
Micros colifatos - Recopilación.
Pista 3, "Cómo estoy acá".
Transcripción

Garcés: Bueno, yo, sinceramente espero no ser la antipatía en persona, pero a los enfermos mentales de todo el mundo les aconsejo que se asuman como tales. Lo cual no quiere decir que acepten ser discriminados.

Gastón: Mi nombre es Gastón, me dicen El Poeta. Y acá Garcés acaba de decir algo que me dejó medio sin entender. Y yo quisiera, y yo quisiera decirle a Garcés: ¿qué demonios es la locura? ¿Qué entiende él por la locura?

Garcés: Bueno, eh, ¿usted se llama, señor...?

Gastón: Gastón.

Garcés: Ah, Gastón. Perdone, señor, yo lo que quería decir... la locura yo creo que fundamentalmente es la pérdida de sentido común. No siempre la pérdida de la razón, porque la locura nunca es razonable, pero puede muy bien ser racional o razonante, que no es lo mismo que razonable. Esa es la verdad. Y a veces, nadie es tan sensible a la lógica como un enfermo mental, e incluso en algunos casos un enfermo mental delirante, que tiene, a veces, más coherencia interna su pensamiento que el propio pensamiento de personas cuerdas, incluso de psiquiatras cuerdos. Perdónenme si no me... Espero que haya, haya gente que me sepa entender.

Gastón: Para empezar, yo creo que, yo creo que la mal llamada locura no existe, no existe.

Mujer: Para mí existe la locura. La locura existe porque eh, este... la puedo describir. Cómo son esos momentos de locura, que son terribles, que se sufre mucho, que da pánico, que se le tiene miedo a la gente, que no se puede eh... tener un conjunto de ideas coherentes, sino ideas terroríficas, miedo a la muerte, miedo a que lo maten a uno, cosas así, delirios persecutorios. Eso es lo que le contestaría a Gastón, que dice que no existe la locura. Y sí, la locura existe.

Hombre: Ahora, yo quería opinar sobre la locura. Cuando suceden movimientos pendulares, oscilatorios, es una rama de la locura. Así que eso es lo que quería opinar: que la locura existe.


   Las de lo razonante y lo razonable son faltas vecinas, si no emparentadas. Las diferencio así: con la segunda no sabés cómo se juega y a qué; con la primera sabés, pero jugás mal, como en los absurdos prácticos.


   Según un firmante «Dicho argentino», la locura es real, falsificable y transferible (¿también un fake puede hacer locos «a los que locos no son»?). Como se ve, no se trata acá de la noción psicológica o psiquiátrica de la locura, sino de su acepción popular, su significado en función de su uso (el desafío Wittgenstein: dime cómo se usa y te diré qué significa –no porque lo deduzca, sino porque son lo mismo). Otro aporte argentino a esa acepción es “Balada para un loco”.
   Lo más visible es que no todos los 'locos' por la acepción popular lo son por la psiquiátrica. Menos visible es que a la inversa sí ocurre: todos los 'locos' por la acepción psiquiátrica lo son por la popular. (Me refiero a “los enfermos mentales de todo el mundo” a los que se dirige Garcés, más allá de que la psiquiatría los diagnostique con psicopatologías precisas y no con el genérico 'locos'.)
   La definición de locura que da Garcés tiene el estilo de la acepción popular (usa palabras conocidas por todos, no términos disciplinares) y aspira a la precisión de la acepción psiquiátrica, pero para dar con aquello que comparten todas las enfermedades mentales.
   Su apuesta: toda locura incluye una misma pérdida: la de lo razonable (no necesariamente la de lo razonante ni la de lo racional, sus pérdidas vecinas, «porque la locura nunca es razonable, pero puede muy bien ser racional o razonante»); o sea, la pérdida del sentido común, de la brújula social, y hasta del principio de realidad.

4.1

   Para la recién llegada falta/pérdida de sentido común, veamos una chiste de Quinoterapia (1985) que le da una vuelta de tuerca al Reino del Revés:


   Te lo resumo así nomás: nada un pez, lo imita aliviado y feliz un hombre y otros dos se lo llevan volando al manicomio. En el ambiente acuático donde se mueven, en términos energéticos una locomoción es la peor (caminar), otra es la mejor (nadar), pero otra es la normal, la sana, la cuerda (volar). Quino separa normalidad (cordura) de lógica: ahí donde lo lógico es nadar, lo normal es lo contrario: volar. Veamos qué se sigue de esto.
   Toma 1. Si los enfermeros se hubieran cruzado con el tipo caminando, ¿también se lo habrían llevado volando o no lo habrían tomado por loco, sino por torpe o inexperto? La primera opción no habría tenido la misma gracia; nos resulta más extraño un mundo acuático donde nadar es locura que otro donde lo es caminar; para ese medio, nos resulta más extraño encontrar la locomoción opuesta (volar) a la esperada (nadar) que encontrar una locomoción sólo diferente (caminar).
   Toma 2. Tratándose de bípedos implumes humanos, sería bastante menos raro que la locomoción normal y requerida fuese caminar en vez de volar. A la vez, sería menos contrastante llevarse caminando al manicomio a uno que nada que llevárselo volando; sería un contrasentido más débil: bajo el agua, caminar no es tan opuesto a –o contrastante con– nadar como lo es volar (bueno, agitar los brazos como alas).

   En el Reino del Revés de María Elena Walsh, los pájaros nadan y los peces vuelan; en el de Quino, donde los peces nadan, si volar es cosa de humanos, ¿si hubiera un gorrión caminaría y nada más? Si la respuesta fuese , no compartiríamos locomoción con ninguna especie, tan exclusiva consideraríamos la nuestra; si fuese no, compartiríamos, pero los supremacistas dirían que nuestra diferencia con un pájaro no va por ese lado.

4.2

   En este dibujo, la locura es una inversión (nadar) de la normalidad imperante (volar), a la que conocemos después de conocer su inversión (cuando lo 'normal' es antes). También en el argumento del Gato de Cheshire la locura es una inversión, en este caso de la conducta cuerda de los perros (y llamando gruñir a ronronear):
—¿Y cómo sabe que usted está loco?
—Para empezar –dijo el Gato–, un perro no está loco. ¿De acuerdo?
—Supongo que sí –dijo Alicia.
—Bueno –siguió el Gato–, sabes que un perro gruñe cuando está enojado y mueve la cola cuando está contento. Ahora bien, yo gruño cuando estoy contento y muevo la cola cuando estoy enojado. Por consiguiente, estoy loco.
—Yo lo llamo ronronear, no gruñir –dijo Alicia.
—Llámalo como quieras –dijo el Gato–.

Lewis Carroll, Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, Capítulo VI, “Cerdo y pimienta”; traducción: Eduardo Stilman.


   La 'demostración' de la propia locura (o más bien la de la especie: vale para todos los gatos) sería igual a la que haría un Perro de Cheshire partiendo de que los gatos no están locos y llegando a que los perros sí, porque gruñen y mueven la cola al revés que los gatos. La locura puede ser reversible, según el color del cristal con que se mire.
   En el mundo del que viene el protagonista y venimos los lectores, donde tener los pies sobre la tierra significa cordura y sensatez realista, volar puede ser cosa de locos o fantasiosos (que experimentan una libertad gozosa, como el paciente Agustín). En el mundo al que llega el protagonista, y nosotros con él, es lo inverso: bajo el agua, volar es cordura y nadar es locura (y caminar es tontera).

4.3

   En el segundo párrafo de 3.4 enlacé dibujos en los que Quino, a pura simetría, deja indecidible quién es qué. En cambio, en este dibujo –según una interpretación– no es indecidible quiénes son los cuerdos y quién es el loco. Pero es una victoria pírrica: se logra al precio de mostrar lo convencional de esa distinción al normalizar lo menos lógico, la locomoción menos natural (ineficiente adaptación al medio).
   O puede interpretarse que es una inversión que hace al chiste, volviendo al tipo de humor basado en contrasentidos: el sano y feliz nadador (intolerablemente diferente) está en el rol/status de loco y los locos están en el rol/status de sanos, tanto que también en el de enfermeros uniformados (intolerantemente homogéneos). Musicaliza Charly: ♪♫ el más cuerdo es el más delirante ♫♪. ¿Qué sigue? ¿Que ♪♫ un ladrón es vigilante y otro es juez ♫♪ ?
   En esta interpretación, lo que no es indecidible es quién es el cuerdo y quiénes son los locos, al revés de la otra. Esta interpretación no conduce a lo convencional que son la cordura y la locura (tanto que hasta pueden intercambiar roles/status); es la reducción al absurdo de la posibilidad de ese intercambio, ya que el suponerla cierta nos conduce al contrasentido práctico de un vuelo en vez de un nado bajo el agua.
   O describimos ese resultado o lo usamos para impugnar el supuesto de partida y demostrar así su inviabilidad lógica. O asistimos a las segundas nupcias de la cordura, que se divorció de la lógica, o asistimos a un mero contrasentido, al desenmascaramiento de una falsedad, a una desmentida. O pensamos “Es así, por muy loco que parezca” o pensamos “Es ilógico; ergo, es falso”.

4.4

   Describamos de nuevo el resultado, sin objetarle la lógica.

Toma 1
   En este reino del revés hay un buen sentido de la locomoción: un sentido sano, promovido a sentido común, cuya carencia es la locura, como dice Garcés y como aparece en este chiste. Lo que en otra razonabilidad sería lo lógico (nadar), en esta es locura, a saber: pérdida o ausencia de un sentido común que dice que acá lo razonable –lo sensato, lo cuerdo– es volar.

Toma 2
   Narremos nuestra experiencia lectora. El chiste empieza instalando una normalidad rara, dislocación que conocemos junto con el protagonista: el medio es acuático. La locomoción es la normal para un humano, con un efecto esperable para ese medio: caminar y cansarse (por algo no hay peces bípedos).
   Aceptamos el cambio de locomoción inspirado por el pez que pasa nadando y nos sorprendemos junto con el protagonista al descubrir que la locomoción más práctica no es la normal/sana/cuerda. El efecto humorístico sucede en esa sorpresa, la de esa dislocación de segundo grado: encima que están bajo el agua, vuelan.

Toma 3
   Lo anormal empieza siendo el medio (acuático), no el desplazamiento (caminar), y termina siendo el –segundo– desplazamiento (nadar). Lo normal en desplazamiento se revela al final, en el remate del chiste, como tantas otras normalidades inesperadas que inventa Quino.
   Resumiendo: una convención termina mostrando como normal el medio acuático y el desplazamiento por 'vuelo', y como anormal el desplazamiento por nado y de a pie (de mayor a menor anormalidad y eficiencia). No dejes que la lógica te estropee una normalidad impráctica.

5. Normalidad cultural, desigualdad social, asimetría política

   Los enfermeros son gendarmes de la frontera de la razón, que recluyen al diferente y feliz en un espacio de exclusión. Esta 'limpieza' del espacio social es uno de los muchos medios para imponerse que tiene en Quino la normalidad/uniformidad; en otros dibujos,
   Este chiste de Quino, donde diferenciarse (caminando) es un error y oponerse (nadando) ya es locura, también está en red con otros chistes suyos. En todos ellos, la normalidad tiene quien la cuide: autoridades o figuras “potentes” y “prepotentes”
    policiales (como el agente que espera averiguar qué infracción comete el tipo que lo tunelea sonriente),
    judiciales (autoridades humanas de la “Iustitia” para hombres pollo, representada por un cocinero humano con un cuchillo en la mano izquierda y, en la otra, una balanza equilibrada con un pollo en cada platillo),
    laborales (el patrón o gerente en un trato humillante habitual, que la robotización le hace extrañar; o en una entrevista de trabajo, una paritaria o un despido),
    educativas (el señor profesor que educa con el ejemplo a niños uniformados, tal vez dentro de un Instituto Pedagógico),
    sanitarias (los enfermeros voladores que te encierran por nadar),
    y religiosas (el sacerdote que patea una herejía e inculca una ortodoxia muy parecida).
   La normalidad/uniformidad le da un tratamiento clínico, pedagógico, artístico o policial a una diferencia rebelde que alivia y libera (tanto que se practica a escondidas, con un compás clandestino, aunque nunca falta un exhibicionista). A pesar de esos efectos benéficos en el individuo, «por elementales normas de convivencia social, usted, yo, o cualquiera... debemos vivir así» y renunciar al deseo de vivir diferente, contra la corriente. Ese «así» cuadriculado es ordenado y –lo más importante– es previsible.

5.1

   El mandato de no diferenciarse rige para abajo o entre pares; para arriba, o no rige (las autoridades que hacen cantar al turista no cantan; los funcionarios de la Iustitia no tienen crestas; el agente de la División Normalidad no tiene la reglamentaria cara de amargado) o rige el mandato (inculcado competitivamente en la niñez y ejercitado en la adultez) de diferenciarse, de distinguirse, de marcar una superioridad:
   «A mí no me molesta eso de que todos seamos iguales mientras no empiecen después a querer que todos seamos parecidos»,
le dice una señora bien a otra en una mesa de té, en el balcón terraza de un caserón aristocrático, refugiadas de los no parecidos que llenan la vereda al otro lado del enrejado: estudiantes, oficinistas, marinos, Mafalda, ¿Quino?, etc.
   Por abundante y variada que sea allá abajo la multitud peatonal, es clase media o media baja, con expectativas de ascenso en una sociedad del confort y del consumo de artículos, incluso superfluos, que acreditan status social ('estatus' tiene menos estatus que 'status').
   Para la clase baja hay otras señoras bien, también separadas por una altura, que lamentan la fortuna que malgastaron en niños pobres con la «campaña para ayudarlos a mejorar», porque «siguen tan desaliñados, morochos, marginales e indigentes como siempre». No hacen nada para evitar merecer un chofer que los despeje a golpes en su segunda infancia o en su pubertad, cuando salgan a vender bienes y servicios en los semáforos.
   Para la señora bien, «cualquier detalle que a uno pueda darle el más mínimo fastidio» pesa muchísimo más que la necesidad esencial que a otro pueda darle el hambre, uno de los mayores sufrimientos. Tanto más pesa, que justifica la enorme violencia física usada para «resolver» esos detalles con el pobrerío cuentapropista. Cuando son sus empleados, en cambio, la violencia puede ser sólo simbólica. Veamos dos casos.
   En el siguiente rango etario, una adolescente de esa villa o de otra, Martina, trabaja de 'sirvienta' o 'mucama' en un departamento burgués grande y moderno (no en una casona aristocrática; los tiempos cambian y la desigualdad se aggiorna). Martina debe fingir empatizar con –darse cuenta de– los problemas de gente rica que su patrona le cuenta mientras le da las instrucciones del día y algunos reproches.
   Varios rangos etarios y unos pocos escalones sociales más arriba, un albañil, padre de un bebé, es retado por el arquitecto de la obra (activado por la propietaria que lo contrató) por no darse cuenta de dónde debería estar el toallero, que en el baño de su humilde casa está donde puede. Dueña y arquitecto no sólo no se pusieron en el lugar del albañil, sino que le recriminaron no ponerse en el lugar de ellos, desde donde está claro que el toallero debe ir a la altura de la mesada; casi que lo acusan de carecer de sentido común estético.
   Otra señora bien, en otra tertulia a la hora del té, pasa de la falta de empatía a la empatía negativa (a.k.a. desprecio): a «estos marginados sociales» que «buscan qué comer revolviendo tachos de basura» les reprocha «politizarnos la gastronomía». Y todo el mundo sabe que la gastronomía de una Nación es más importante que el hambre de su población.
   En otro ejemplo de desigualdad social expresada en alimentación, los monólogos paralelos de una mujer-rica-blanca-occidental y de una mujer-pobre-negra-africana convergen y divergen cuatro veces. Las cuatro divergencias, que además alternan los turnos de habla/lectura (la posición izquierda, el inicio de la viñeta), muestran cuatro frivolidades y cuatro desesperaciones.
   Las dos mujeres no interactúan, como sí lo hacen todas las duplas anteriores, salvo las de esas charlas de té (incluso una colindante con la otredad social que a esa hora vuelve de trabajar):
       mediadas por carteles, las damas de beneficencia interactúan al mínimo con los pobres de allá abajo;
       mediados por su chofer, el Sr y Sra Bien interactúan violentamente con sus víctimas menores y pobres;
       mediada por su arquitecto, la dueña de casa interactúa con el albañil que no se da cuenta;
       sin mediación, la patrona ama de casa interactúa abrumadoramente con su empleada doméstica, que sólo puede decirle que sí, que se da cuenta de qué sufrida es su vida (mientras piensa –podemos suponer– “Se queja de lle­na”).
   Pero acá cada mujer le habla a cámara, separadas probablemente por un océano. La 'edición' las muestra vecinas. Si queremos ver vecinas las puntas de la desigualdad social, basta con seguir el relato que una adolescente moderna lee en una revista (¡Cuánta bondad!, 1999):


   En esa vecindad amurallada y vigilada veo tres cosas: 1) una voluntad de mínima –un deseo de nula– interacción, una fuerza de segregación; 2) el aumento de inseguridad que correlaciona con el de desigualdad; 3) el dato de que hubo algún ascenso social de la clase media a la alta, ninguno de la baja a la media, y –podemos suponer– un descenso importante de la media a la baja (en 1998 empieza la recesión que incuba el estallido del 2001, que se vino nomás).
   Seas un nuevo y meritocrático rico o un rico heredero de enésima generación, vos y tu familia van a vivir –incluso felices– «rodeados del entorno afectivo» más irónico que te puedas imaginar. Las desigualdades enormes y obscenas no traen paz y amor. Los privilegios no se defienden solos; los derechos tampoco.

5.2

   Las señoras bien están casadas con señores bien, que tienen la vaca atada y ♪♫ la sartén por el mango y el mango también ♫♪. Para decirlo con Quino,
   Como en el problema de ajedrez y en la cancha inclinada, en otro chiste de Potentes, prepotentes e impotentes (1989) la lucha de clases es explícita, y sin falsa conciencia (sin pobres de derecha a la derecha del dibujo): una mayoría de clase media y baja quiere ser escuchada, una minoría de clase alta quiere silenciarla (al menos me llevó 17 palabras, no “más que mil”).


   Las actuales desigualdades sociales y asimetrías de poder, que incuban un nuevo huevo de la serpiente, hacen que Kafka y Quino todavía nos interpelen y nos ayuden a representarlas, a visualizarlas en otros cuadros o relatos, a conocerles la familia.
   ¿Y eso para qué nos sirve? Para afinar la definición del blanco contra el que más conviene rebelarse, si el objetivo es reducir la desigualdad –algo que otros blancos no garantizan y algunos ni siquiera prometen. Rebelar te vas a rebelar; el tema es apuntando a qué y si de eso resultará una menor, igual o mayor desigualdad.

6. Humano se hace

   Como errar, rebelarse es humano. Es más que reaccionar a una opresión o a un peligro, que también es animal y vegetal. Supone una indignación moral que las otras reacciones no tienen. Y es lo que humaniza al perro en este otro chiste de Potentes, prepotentes e impotentes (1989):


   Para el amo humano, las razones de la rebelión de su siervo canino «son ideas que le meten el árabe, el negro y el japonés», sus siervos humanos. No cuestiona la posibilidad de que un perro se rebele así, con una indignación tan humana; lo acusa de no tener motivos propios para hacerlo, de ser un idiota útil de sus colegas superiores.
   Influenciado o no, perro que se rebela así, perro que se humaniza. La revelación de esa humanidad con el pantuflazo y la reacción del amo humano, que nos revela que eso es normal al quejarse de otra cosa, son las dos sorpresas humorísticas del chiste. Veamos otro con el mismo plan de doble sorpresa, el mismo motivo narrativo (servicio de pantuflas), pero distinto rasgo humanizador.

6.1

   Como errar y rebelarse, bromear es humano. Y es lo que humaniza al perro en este chiste de Ni arte ni parte (1982):


   Ni los otros animales ni los humanoides vulcanos ni los androides pueden “gastar bromas” ni entenderlas ni festejarlas. Pero acá hay un perro que puede y el problema no es ese, sino que hizo el mismo gag por cuarta vez. En el remate nos enteramos de que el tipo, al que considerábamos un compañero de perplejidad por la anormalidad manifiesta, está inmerso en esa anormalidad y juega dentro de sus reglas.
   Como se ve, es la misma trama general que el chiste anterior y que el de la locura en un mundo subactuático: hay una anormalidad, esperamos una corrección o una explicación apaciguadoras, recibimos una inquietante ratificación implícita. No cierra y abre para otro lado, como si el humor fuera una gambeta que te descoloca, o un doble caño del Trinche.
   A propósito: el humor del perro es el de las conexiones arbitrarias, el del dislate. Pero si en vez de llevarle una zanahoria le llevase un sombrero o unos guantes, sería un humor del contrasentido, donde se sustituye lo esperado por algo contrario a lo esperado (o sea, algo sobrecalificado para el requisito de parentezco semántico, que lo exime de ser un dislate, un sinsentido).
   Aun si el chiste no lo hiciera el perro, festejarlo a carcajadas también lo humanizaría. Encontrarle la gracia a una sustitución, reirse de una inadecuación y no de otras (distinguir entre lo lúdico y lo trágico), es humano.
   El humor juega a distorsionar la razón en una, dos o en sus tres facetas garceseras; la locura consiste en padecer –no en lograr– una distorsión específica, la de una de esas facetas, acompañada o no por alguna de las otras dos o por ambas.

7. Se acabó lo que sedaba

   Vayamos concluyendo. Es posible y consistente relacionar conexiones lógicas y tipos de humor usando la distinción que hace Garcés entre racional, razonante y razonable.
   ¿Rasgos de qué son cada uno de estos tres adjetivos? Racional es un estado de cosas; razonante es un encadenamiento o una red de datos de esos estados; razonable es que ni los datos del estado de cosas ni la cadena o la red de datos meen fuera del tarro.
   Cómo es y dónde está el tarro (tamaño del aro y distancia del tiro), lo decide una sociedad situada y fechada,
    autora del sentido común cuya pérdida es la locura,
      que es el meo más fuera del tarro que hay
        (porque su problema es la desorientación respecto del blanco, no la mala puntería).
   A mayor distancia cultural, más se parece una otredad a la locura en eso de mear donde no se debe y terminar encerrado.

7.1

Toma 1
   El humor altera la sedación de lo esperable y previsible que nos deja el sentido alterando alguna o varias de sus capas.
   La alteración puede ser una resta (no necesariamente total) o una inversión: el sinsentido es una resta o falta de racionalidad; el contrasentido, una racionalidad invertida; la tontera, una resta o falta de lo razonante; la locura, una resta o falta de lo razonable.
   La misma alteración que nos puede hacer reír nos puede hacer llorar. Está la risa nerviosa o inoportuna, y está también el "Me río por no llorar" (incluso sin una gota de exageración o dramatismo, y en medio de un genocidio en desarrollo, hambruna incluida).

Toma 2
   Una sorpresa humorística
    o bien no es racional,
    o bien lo es en la dirección inversa (lo racional es un vector),
    o bien no es inteligente (suficientemente razonante),
    o bien no es cuerda/normal (suficientemente razonable).
   Las dos últimas categorías/magnitudes son escalares, no vectoriales; no tienen dirección, sólo intensidad: más/menos razonante, más/menos razonable. Cuánto es suficiente, cuánto no, cuánto es dudoso... son medidas que pueden variar según quién tenga el razonantómetro y el razonablómetro, que son botines de guerra.

Toma 3
   El humor es una dislocación de lo racional (por déficit o por inversión), de lo razonante, o de lo razonable (en ambos casos, sólo por déficit).

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