Redondeos




–¿Ya es luna llena?
–Ponele.*
Versión simplificada de un diálogo ocurrido
la noche de la foto (tomada a las 20:31) pero
más tarde, en una terraza de Almagro, mientras
el ensayo se publicaba a la hora programada.


Raúl Apold estuvo al frente de la Subsecretaría de Informaciones entre marzo de 1949 y julio de 1955. En el artículo de Wikipedia sobre él, por ahora se lee esto:
Al comunicar el fallecimiento de Eva Perón, Apold cambió la hora del suceso –que era 20:23– por la de 20:25, que consideró más recordable, y a partir de entonces y hasta la caída de Perón cuando llegaba la hora indicada en todas las radios se escuchaba que eran “las 20:25, hora en que Eva Perón pasó a la inmortalidad” y, a continuación, se irradiaba el boletín de noticias de Radio del Estado (otros dos boletines iban también por cadena a las 10 y a las 13).
La razón mnemotécnica por la cual Apold cambió la hora del suceso no figura en el artículo sobre Eva Perón, que presenta el hecho con más prudencia, quizás con desconfianza:
Murió a la edad de 33 años, el 26 de julio de 1952. El certificado de fallecimiento indica que falleció a las 20:25.58 Algunas publicaciones sostienen que falleció dos minutos antes, a las 20:23.59
A las 21:36 el locutor J. Furnot leyó por la cadena de radiodifusión:
Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la Señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. Los restos de la Señora Eva Perón serán conducidos mañana, en horas de la mañana, al Ministerio de Trabajo y Previsión, donde se instalará la capilla ardiente...60
La referencia 59 remite a un link que nos envía a una nota aniversario del 2013 del diario El tribuno, de Jujuy, que vuelve a la razón mnemotécnica del cambio de hora pero sin culpar a Apold:
Falleció a las 20:23 de la tarde, pero la hora se estableció en las 20:25 para dejarla fijada en la memoria.
Siguiendo la referencia 58 terminamos en una nota de febrero de 2003 del semanario Colón Doce, que tuvo acceso al certificado de defunción y comenta sus datos y sus “detalles llamativos”, entre los que no hay ningún cambio de hora:
La hora de su muerte es las 20.25 del 26 de julio de l952 y el motivo de la defunción un adenocarcinoma certificado por el médico Alberto Carlos Tarquini.
Otro detalle llamativo es que el certificado de defunción se extendió un 29 de julio, tres días después de la muerte de Evita.
Quiere decir que el certificado extendido el 29 de julio no contradice al boletín leído el 26. Tal vez porque efectivamente murió a las 20:25 o tal vez porque los médicos firmantes aceptaron el cambio atribuido a Apold.
Supongamos que el hecho existió: Eva Perón murió a las 20:23 y Apold anotó y difundió 20:25. Las pruebas que no le pido al hecho se las exijo a la razón que dicen que tuvo, eso de que Apold la eligió porque era una hora más recordable que la verdadera (o, en una versión más monumentalista que pragmática, «para dejarla fijada en la memoria»).
Si alguien se lo escuchó decir a Apold (ese día o en alguna entrevista), o él lo escribió en algún lado, ante pruebas de ese estilo estaría más dispuesto a aceptar como dato esa motivación. Como no las tengo, aprovecho para pensar en razones alternativas que expliquen el hecho, y que tal vez terminen vistiéndolo de una cosa distinta a un cambio de hora intencional e intencionado.
Decir que «Apold cambió la hora del suceso» es algo ambiguo. ¿Quiere decir que estaba anotada en algún lado y él fue y la cambió? ¿O quiere decir que al registrarla cambió la hora en que sabía que había muerto Evita? Si es lo primero, las pruebas a exigir crecen: el documento con marcas de su adulteración, por ejemplo, sería ideal; o algún testimonio de que existió. La segunda opción es la que estoy suponiendo cuando juego a suponer que el hecho existió.
El dato de las efemérides radiales de las 20:25, fácilmente verificable, se presenta como la segunda viñeta de una secuencia congruente, que parece verosimilizar el móvil de la adulteración imputada: primero se cambia la hora, después se la ritualiza, en ambos casos con celo memorialista.
Todo cierra, se convencen algunos (con ligereza o ansiedad). Aun si así fuese, y en el mejor de los casos, se trataría de algo necesario, pero no suficiente. Suponiendo que todo lo cierto cierre, de ahí no se sigue que todo lo que cierra sea cierto; también puede no serlo.
Pero la verdad de esas efemérides no hace verdadera la versión de una pequeña adulteración propagandística, por mucho que compartan la autoría, el móvil y la hora. Podemos seguir aceptando la diferencia entre la realidad y su registro sin que hasta ahora ningún razonamiento o prueba nos obligue a aceptar interpretarla como el resultado de una manipulación (por muchos antecedentes que pueda tener en la materia el Subsecretario).
El Apold de esa interpretación es, por un lado, un estratega de pocos escrúpulos y, por el otro, un funcionario con tanta impunidad que se permite adulterar sin que sea necesario. Este Apold subestima la potencia del acontecimiento cuya memorabilidad pretende reforzar con el redondeo de aquella única vez y los recordatorios diarios. Actúa como si creyera que puede ser necesario (o útil, en su defecto) ahorrarle a semejante acontecimiento el hacer significativa una hora no redonda, y entonces la cambia por una redonda (esa redondez ya es un modo –una forma– de significatividad, tan convencional como la de una repetición o una escalera de números).
Es cierto que debe haber pocos hechos que necesiten menos que ése la ayuda impuesta. Pero también es cierto que Apold pudo haber sobreactuado o exagerado su celo (además de que eso convenga a su caricatura). Lo raro, en ese caso, es que se haya moderado tanto en la dosis aplicada. Porque en lo que no exageró fue en el redondeo y su propósito; ni siquiera puso “20:30”, por ejemplo, que suena más recordable (por ser más redonda) que 20:25. Al contrario: redondeó en cuanto pudo, saltando al múltiplo de 5 más próximo.
En un reloj con agujas, el minuto 23 o no existe o tiene una marca distinta (menos destacada) a la de los minutos como 20 y 25, por nombrar sólo a sus vecinos diferentes más cercanos. Las 12 marcas de los minutos múltiplos de 5 son compartidas por las 12 horas disponibles: la marca de los 5 minutos es también la de la hora 1 (5×1); la de los 10 es la de las 2 (5×2); la de los 15 es la de las 3 (5×3); etc.
Las agujas marchan sin descansar y siempre al mismo ritmo, obviamente. Pero el truco de destacar 1 de cada 5 minutos marcándolo diferente crea la ilusión psicológica de que hay minutos de tránsito (los no redondos) y minutos de detención (los redondos), que son las metas sucesivas de ese transitar, los 12 múltiplos de 5.
¿Por qué es más recordable 20:25 que 20:23? Porque pertenece al grupo de horas que se usan (o que más se usan). Sólo por esta familiaridad son más fáciles de recordar: no hay novedad que retener, es una hora conocida, reconocible. ¿Y por qué las horas que se usan (o que más se usan) son las que tienen minutos redondos (empezando por la redondez del minuto 0, que en esa ronda es la expresión muda del imposible minuto 60)? Si la época o el ámbito de uso no nos pide mayor precisión, las horas redondas, que se extienden de los minutos inminentes a los recientes, reemplazan a las exactas, que no se extienden. ¿Y por qué? Porque simplifican el registro (o sea, permiten economizar trabajo): usar 1 de cada 5 minutos es más fácil que usar todos; hay 48 minutos menos a tener en cuenta.
La misma proporción implica que sea más probable que haga falta redondear a que no, ya que de los 60 en que puede caer un evento sólo 12 son minutos redondos. Y si algún evento viene a caer justo en uno de ellos, su puntualidad genuina quedaría solapada por la pseudo-puntualidad uniforme que el redondeo le dio al resto, como el ¡BANG! de Susanita queda solapado por el de la TV.
Bastaría ponernos un poco más exigentes con las nociones de evento y de redondez horaria, siempre relativas, para relativizar la validez de esos casos improbables. Cuando Apold pone 20:25 en lugar de 20:23 no sólo está redondeando minutos, sino también segundos, centésimas de segundo, etc., suponiéndolos todos en cero detrás del 25. Más redondo que 20:25 es 20:25:00 (en lugar de 20:25:59, por ejemplo), que a su vez es menos redondo que 20:25:00:00 (en lugar de 20:25:00:99, por ejemplo). La cuestión no es redondear o no redondear, sino cuánto redondear.
Con hijos de amigos y con sobrinos jugué muchas veces a parar el cronómetro de mi reloj con las frenéticas centésimas de segundo en 00. Si buscándolo es difícil lograrlo, lo que será sin buscarlo, parando el cronómetro a ciegas. La misma mala puntería tienen los eventos naturales (o espontáneos o no concertados); la enorme mayoría de los rayos no caen en alguna de esas 12 horas redondas. Y los que sí, cuando sean vistos de manera aislada, fuera de contexto, cargarán con la sospecha de tener horas convencionalmente manipuladas.
Redundo y cierro. No nos citamos para un encuentro a las 6 y 2 o a las 6 y 28, por ejemplo, sino a las 6 o a las 6 y media. Y si llegamos puntuales (a la velocidad que sea) producimos un evento en una hora redonda. Pero un evento ajeno a nuestras agendas es más probable que acontezca en un minuto a redondear, como 23, que en uno redondo, como 25.
La cultura redondea (al generar o al registrar); el azar no se fija cuándo generar un hecho. Análogamente, a vuelo de pájaro, de avión o de Súperman, las líneas curvas irregulares son naturales y las rectas (de por sí regulares) son culturales, al igual que las curvas regulares. Más simple: en general, la regularidad es cultural, sea recta o curva, y la irregularidad es natural y sinuosa; por ejemplo:



El redondeo horario es un caso entre otros de regularización, donde los eventos se datan en 12 intervalos regulares por hora y 288 (24×12) por día, empezando por la  Bicentenario hora cero.hora 00:00 y terminando con las 23:55.

Todavía hacemos en la calle lo que Apold hizo al registrar la hora del deceso. Para empezar, redondeamos sin avisar los minutos que son vecinos inmediatos de un minuto redondo: si vemos que son las 8 y 24 o las 8 y 26, decimos que Son las 8 y 25. Y si no hacemos eso, los minutos vecinos pasan a ser el grado más próximo de una circunstancia de inminencia o una de recientez del minuto redondo que rodean. En los grados más alejados, en lugar de dar la hora diciendo Son las 8 y 23, la damos diciendo Van a ser las 8 y 25 (la inminencia más larga); y en lugar de Son las 8 y 27, decimos Son las 8 y 25 pasadas (la recientez más larga).
Dos grados de falta y dos de exceso hacen parecer inexactos a los minutos de trasición comparados con los de paradas, que tienen un único grado de precisión. Casi como un reflejo, Apold corrige la inexactitud de ese “23” cuando redondea. Tal vez sintió una incomodidad difusa o se le reactivó un prejuicio con ese minuto de transición, como si lo sintiese inferior al minuto de parada y referencia que le correspondía.
Como sea, lo cierto es que en esa época, igual que en otras anteriores y posteriores, todos los certificados de defunción tenían horas redondas (o, con aun más imprecisión y redondeo, horas enteras o con fracciones vagas): 10:30, 12:25, 6:40, 23:55, por ejemplo. (A pesar de los astrólogos, lo mismo pasa con las partidas de nacimiento, incluyendo la mía.)
Entonces, más justo que decir que «Apold cambió la hora del suceso», sería decir que la registró según los usos y costumbres de su tiempo. En esta perspectiva se esfuman las intenciones propagandísticas, por mucho que hagan juego y causa común con las de producir una efeméride diaria «a la hora indicada» durante años.

Si fue así, si sólo hubo un redondeo del que años después se vino a sospechar, Apold le dio esos 2 minutos más de vida a Evita por la misma razón que una señora le habría dado 1 año más a  De la libreta de clientas de mi abuela Alela, que hacía fajas.Leonor Acevedo Suárez de Borges, la madre de Jorge Luis, que murió a los 99 años. O al menos lamentó, cuando le dio el pésame al hijo, que no hubiera llegado a los 100. “Veo, señora, que es usted devota del sistema decimal”, se dice que le contestó Borges. Para la devota señora, como antes para Apold, ahí falta cerrar algo.
Según un documental que vi en NatGeo, en la Segunda Guerra Mundial los ingleses sacaron provecho de la compulsión a cerrar de los alemanes (o del estereotipo que de ellos tienen los que cuentan qué pasó). Las libras esterlinas que los alemanes falsificaron e inyectaron en la economía británica para desestabilizarla tenían (lo que les pareció) un defecto. Los alemanes lo corrigieron. Sin quererlo ni saberlo, con esa diferencia colaboraron con los ingleses en la detección y eliminación de los billetes falsos. En la captura de pantalla se puede ver que la primera pata de la N genuina tiene fractura expuesta, que en la N falsa ya está curada:


Moraleja: Cuando copiás, copiá. Cuando corregís, corregí. Las dos cosas a la vez no, porque una necesita conservar y la otra cambiar.
Apold necesitó cambiar; su cambio consistió en un redondeo. Frente a un precio necesitamos (deseamos) conservar el rango en el que estamos. Los comerciantes lo saben y practican, sin que importe la obviedad del truco, un no redondeo que produce una diferencia ínfima, económicamente insignificante pero psicológicamente significativa. Para un vendedor, un precio como $9.999,00 tiene todas las ventajas de una ganga y ninguna de sus desventajas.

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