Los dos X



1.

Normalmente uno va llevando sus tensiones y expectativas por donde va discurriendo su vida a través de encrucijadas. Pero a veces las lleva por donde podría haber discurrido pero no discurre, como quien se despista o se distrae. Como sea, su existencia va por un lado y su experiencia por otro (el desacople nos hace conscientes de que son cosas distintas). Una desgracia azarosa puede partir así una identidad, aun si uno tuvo la suerte de zafar de sus estragos.

2.

Comer mucho filet de merluza con espinas –supongamos– le modeló a X la estrategia por default de encarar toda comida relativamente sólida con una masticación pausada y minuciosa, como para reducir el riesgo de una “sorpresa desagradable”. (La etiqueta para ese quiebre de expectativas impreferible le va bien tanto a un leve atragantamiento como a un incidente fatal.)
El hábito y rasgo de comer lento y masticando mucho contribuyó enormemente en la detección temprana de un trozo de vidrio de botella verde que estaba entre el relleno de la empanada de jamón y queso que X se estaba comiendo en un bar. Como a pesar de su sana costumbre y del tamaño no pequeño del vidrio X podría habérselo tragado, seguramente también hizo su contribución una casualidad favorable, cuasi benévola (o sea, una buena suerte inesperada).
Cuando sacó de su boca y vio lo que bien podría haber tragado y estar en ese preciso instante cortando carne por dentro, X se dio cuenta de que se había salvado de una línea de vida –una continuación– claramente indeseable, por ser de molesta a peligrosa. O más que darse cuenta, X prácticamente lo experimentó. De inmediato se vio viviendo desdoblado: vio con irresistible empatía y vértigo lo que podría haber pasado y no pasó.
La probabilidad retrospectiva de que pasara era tan alta y tan indeseable que X suspendió su actividad en la línea de vida realizada (quedó como en pausa) y se mantuvo pendiente de lo que podría estar padeciendo en la otra, en ese mundo ya descartado pero todavía paralelo donde el vidrio desarrolla su daño.

3.

Creer que es inofensivo o ventajoso algo que es peligroso nos puede costar caro (costo que nos ahorraremos –o ganancia que nos perderemos– si, a la inversa, creemos en un peligro que no existe). Creer que es real algo que no lo es (o que no es real algo que sí lo es) sólo nos puede costar caro si además es peligroso. De ahí tal vez que discernir entre lo peligroso y lo inocuo (o lo beneficioso) sea más urgente que discernir entre posibilidades realizadas y posibilidades descartadas.
Basta que sea o haya sido altamente probable y cercano un peligro grande para que nos ocupemos de él, incluso si ya sabemos que es irreal.

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